Aportes con una mirada en la identidad y las bases epistemológicas del docente Fabio G. Achinelli (*), sobre la educación de grado en Ingeniería Forestal y algunos emergentes que observa como «preocupantes».
La definición de la Ingeniería Forestal, entendida por muchos autores, es «la aplicación de principios, técnicas y prácticas ingenieriles en la producción sostenible de bienes y servicios forestales”.
ARGENTINA (Abril 2022).- Estaba en la Estación Experimental “Julio Hirschhörn” de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de La Plata cuando una colega de la REDFOR.ar me propuso, a mediados de 2020, colaborar con un artículo para ArgentinaForestal.com. Quizás el hecho de encontrarme allí sin estudiantes, pandemia mediante, me predispuso a reflexionar sobre ciertos temas vinculados con la docencia de grado en Ingeniería Forestal, su presente y su futuro.
El resultado es esta nota, en la que me propuse intentar sintetizar algunas de estas reflexiones. Se trata de opiniones personales, y con ellas no pretendo reflejar el pensamiento mayoritario de la Institución en la que trabajo, ni mucho menos el de todas las Facultades de Ingeniería Forestal de la Argentina.
A pesar de sus limitaciones, creo que estas líneas pueden enriquecer los debates necesarios para fortalecer la carrera en nuestro país.
Educación de grado en Ingeniería Forestal y algunos emergentes preocupantes: ¿El problema sólo es la baja matrícula?
En el ámbito universitario de la Ingeniería Forestal (IF) son recurrentes los debates sobre el bajo número de alumnos en la carrera, y su excesivo tiempo de permanencia; se trata de problemas discutidos y compartidos por otras Facultades del país, y en el caso del primero, uno de los que despiertan más preocupación en las autoridades.
Sin desconocer su importancia, este artículo dirige la mirada hacia otros emergentes que resultan más difíciles de caracterizar, y que también se pueden apreciar en el día a día de las clases.
En mi labor docente vengo observando con inquietud y cada vez con más frecuencia, que estudiantes avanzados demuestran escaso interés por las producciones forestales tradicionales y, además, una baja motivación para realizar actividades productivas en campo.
Suelen reaccionar con recelo a los términos producción, rendimiento, agroquímico (“agrotóxico”), bionegocio, eficiencia, tecnología y empresa, con una actitud crítica cuya magnitud es directamente proporcional a la escala de los mismos.
En contrapartida, se entusiasman y movilizan por contenidos vinculados con la conservación de los recursos naturales, la ecología forestal, la investigación científica, los cultivos orgánicos, la agricultura familiar, los pueblos originarios y las especies nativas.
Lo singular de estas actitudes quizás sea la vehemencia e intransigencia con las cuales algunos estudiantes enfrentan, a priori, el abordaje de estos temas.
Se hace notorio, por ejemplo, cuando sostienen que una plantación de pinos (Pinus spp.) no reúne los atributos mínimos para que sea definida como un bosque siendo, los principales argumentos en contra, que ha sido implantada por el hombre y está conformada por una especie exótica.
En otra actividad práctica sobre mecanización forestal, he presenciado cómo un estudiante se niega siquiera a acercarse a una pulverizadora de arrastre aduciendo “una cuestión de principios”.
Lo anterior también se refleja en el escaso entusiasmo que muchas veces demuestran al ser convocados a trabajos en campo, pese a que nuestra Facultad cuenta para ello con un predio de 62 hectáreas, ubicado a sólo 10 km de la ciudad de La Plata, y en donde pueden efectuarse prácticas como plantaciones forestales, viveros, utilización de maquinarias e incluso procesar madera en un moderno centro tecnológico.
En estos emergentes percibo ciertos sesgos ambientalistas, cientificistas y anti-empresa, para caracterizarlos de algún modo, y si bien estas situaciones no son permanentes ni generalizadas, tienen lugar con una recurrencia cada vez mayor.
Estas actitudes suelen manifestarse como un cuestionamiento hacia los contenidos que los estudiantes reciben. Lo curioso es que si consultáramos a los docentes de mi Facultad, es muy probable que encontremos un elevado consenso respecto de la importancia de los criterios de sostenibilidad (productivos, ambientales, sociales) a los que las buenas prácticas de producción forestal deben ajustarse; seguramente veríamos igual consenso en cuanto a la relevancia de los pequeños productores, la importancia de las especies forestales nativas y las comunidades originarias, y el valor de la investigación científica como fuente de conocimiento útil para la Ingeniería.
Asimismo, la gran mayoría (sino todos) reconocería que el uso incorrecto de agroquímicos genera toxicidad y ecotoxicidad y, de modo similar,que el enfoque exclusivamente económico en la producción forestal conspira, precisamente, contra su sostenibilidad.
Entonces me pregunté: ¿por qué razón aparecen estos emergentes?, ¿representan un problema?, en cuyo caso ¿qué implicancias tienen para la formación y el desempeño profesional futuro de los estudiantes?.
Un conflicto de identidad que debemos solucionar
La actitud irreflexiva que he observado en algunos casos, por ejemplo, al utilizar la denominación de “agrotóxico” para referirse a los agroquímicos en forma generalizada, es en sí misma un problema, ya que además de irreflexiva implica en varios casos incurrir en errores conceptuales.
A su vez, si el estudiante aborda con prejuicios negativos un contenido (por caso, el control químico de malezas en una plantación forestal), su análisis y aprendizaje estarán fuertemente condicionados, privándolo a futuro de la posibilidad de recurrir a ese método de control cuando su uso esté técnicamente justificado.
Más aún, estos sesgos ambientalistas y cientificistas tienen impacto en aspectos actitudinales que requieren un análisis más profundo: la conservación ambiental y la investigación científica aparecen con frecuencia como los principales motivadores, en detrimento de los desafíos tecnológicos y productivos.
El principal inconveniente es que estos sesgos entran en colisión con la definición misma de Ingeniería Forestal (IF), entendida por muchos autores como “la aplicación de principios, técnicas y prácticas ingenieriles en la producción sostenible de bienes y servicios forestales”.
Una lectura cuidadosa de la definición anterior permite ver que la principal preocupación del Ingeniero Forestal es la producción, y que ésta tenga lugar en forma sostenible.
A su vez, para lograr su objetivo, el ingeniero debe resolver problemas en un contexto de limitaciones (tiempo, recursos); la heurística ingenieril tiene una base de conocimientos amplia que incluye al conocimiento científico, sin que sea necesariamente el único ni a veces el más importante.
En síntesis, los emergentes que vengo observando en los estudiantes reflejan, a mi entender, un conflicto de identidad respecto de los estudios de Ingeniería Forestal que están cursando.
Se trata de una desavenencia que afecta desde la base la vinculación del estudiante con la carrera, y que tiene influencia posterior sobre todos los contenidos y etapas del plan de estudios.
Múltiples causas, ¿cuáles abordamos primero?
Últimamente, escuchamos con frecuencia de la multicausalidad de los fenómenos, enfoque que resulta aplicable para el tema de esta nota. Algunos sesgos que he mencionado pueden vincularse a un contexto que va más allá de la carrera de IF y de la situación de nuestro país.
La sensibilidad por los problemas ambientales es quizás el más esperable, dado que la humanidad está atravesando una etapa en donde el calentamiento global, las pandemias y la degradación de los recursos naturales están adquiriendo magnitudes alarmantes.
De modo similar, podríamos encontrar en la finalización de la guerra fría, la globalización y sus consecuencias, parte de los cuestionamientos al concepto de empresa por su vinculación con el capitalismo. El sesgo cientificista es probablemente el más singular de los tres, pero tampoco escapa a tendencias mundiales.
Es un fenómeno que tuvo lugar durante el siglo XX, período en el que los científicos adquieren más prestigio y notoriedad ante la opinión pública (ej. premios Nobel), opacando a los tecnólogos e ingenieros cuya reputación había descollado en el siglo XIX.
Hay asimismo condiciones propias del país que, directa o indirectamente, influyen sobre los estudiantes. Podríamos mencionar múltiples factores, pero sólo para ejemplificar ¿no habría una percepción más definida y acertada del rol de la IF si el sector forestal argentino hubiera tenido un desarrollo similar al de nuestro vecino Uruguay en los últimos 15 años?.
Podemos reconocer entonces que el contexto mundial y nacional ayuda a entender una parte de los emergentes, pero no los explica por completo. Se hace necesario, creo, un análisis introspectivo del proceso formativo en la propia Facultad.
He mencionado a los estudiantes, y muchos de los que cumplimos funciones académicas valoramos su frescura y capacidad cuestionadora, gracias a las cuales se interpelan y ponen a prueba la solidez de nuestros argumentos y conocimientos.
Los párrafos anteriores no buscan depositar en ellos la responsabilidad de este “conflicto de identidad”, sino que por el contrario dirigen la atención hacia los docentes y la Facultad, quienes deberíamos analizarlo y discutirlo con ellos, para luego ensayar soluciones.
Por caso, algunas señales institucionales que reciben los estudiantes son como mínimo confusas: en la Universidad Nacional de La Plata, las carreras de Ingeniería Agronómica e Ingeniería Forestal se estudian en la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales: el propio nombre de la Facultad menciona ciencia y no ingeniería.
Asimismo, y al momento de analizar en detalle el plan de estudios de dicha carrera en la UNLP, se pueden encontrar unidades temáticas de cursos introductorios dedicadas al método científico, mientras que por el contrario, la currícula carece por completo de contenidos formales dedicados a los fundamentos de la ingeniería, su epistemología, su método y objetivos.
Se argumenta con razón que el componente afectivo es fundamental en lo actitudinal, y que esa actitud es a su vez parte esencial del desempeño personal.
En términos ideales, nuestros estudiantes deberían ser fervientes ingenieros,y sentir un profundo amor y convencimiento por su profesión ¿pero cómo es posible que logremos ese vínculo en ellos si la esencia y la entidad de la Ingeniería aparecen en la currícula en forma confusa y con escasa jerarquización?.
Estas ideas aparentan ser simples, pero cuando intentamos conceptualizarlas vemos que entrañan una complejidad considerable.
Un ejemplo: el año pasado participé en un evento organizado por nuestro Centro de Graduados, en el que un colega expuso sobre su actividad a cargo de un aserradero. Le pregunté qué opinaba sobre los principales aspectos formativos que a su criterio la Facultad debía cubrir, a lo que me respondió: «desarrollar la capacidad de pensar como Ingeniero Forestal».
Sencillo, pero a su vez complejo, porque ¿de qué manera “piensa un Ingeniero Forestal”?, y más aún ¿cómo se estructura ese pensamiento durante el recorrido curricular?.
En las escasas discusiones que he tenido al respecto con algunos colegas, se argumenta que a “ser Ingeniero se aprende estudiando y luego ejerciendo”, lo que da por sentado que el sólo tránsito académico es el que confiere al graduado de esta capacidad.
Dicha postura es riesgosa por varios motivos, pero en primer lugar porque evade el abordaje formal del tema, y por ende la definición explícita del mismo (ej. ¿cuáles son las capacidades buscadas en el Ingeniero Forestal y cómo se van adquiriendo en el proceso de enseñanza – aprendizaje?).
Otro de los riesgos es que dejamos que los estudiantes se eduquen sobre estos conceptos y habilidades en el campo de la “educación no – formal”, y con ello abierta a diversos rumbos e interpretaciones no siempre pertinentes con el título profesional.
«Un ingeniero no es un científico, así como tampoco es un matemático, ni un sociólogo ni un escritor, pero puede recurrir y utilizar el conocimiento de algunas o todas esas disciplinas para resolver problemas ingenieriles. Es un profesional que se desenvuelve en la interfase entre la ciencia y la sociedad.»
Consolidando la educación en Ingeniería Forestal a través de sus fundamentos
Las respuestas a estos problemas no se encuentran, tal como las necesitamos, en las actividades y alcances profesionales definidos para la IF por parte del Ministerio de Educación de la Nación, ni en los planes de estudio actuales. Requieren a mi parecer, de un trabajo específico en la Facultad, el cual debería comprender una etapa inicial de diagnóstico, seguida de talleres interdisciplinarios y de recomendaciones consensuadas que impacten en forma concreta sobre las asignaturas (ej. contenidos, trabajos prácticos dedicados y técnicas didácticas particulares, preferentemente en los primeros años de la carrera).
Para comenzar el debate, y a su vez concluir la nota, propongo a los lectores algunos disparadores básicos en formato de preguntas. Algunas parecerán muy elementales, aunque precisamente por ello es importante discutirlas y clarificarlas.
Dado que el ingeniero forestal es en primera instancia un ingeniero, ¿cómo se define un ingeniero?, ¿Cuáles son sus principales habilidades?
– Puede decirse que es un “resolvedor” profesional de problemas en contextos con limitaciones. Para el ingeniero, la tecnología, es un concepto central, al punto que algunos definen al ingeniero como una categoría especial de tecnólogo, cuyo rasgo distintivo es la capacidad de organizar procesos.
En cuanto a sus habilidades, se destacan:
– – comunicación efectiva: para expresarse (forma oral, escrita) y para saber escuchar.
– – pensamiento creativo
– – adaptabilidad
– – pragmatismo
– – capacidad de trabajo colaborativa
– – liderazgo
– – conocimientos técnicos
– – capacidad de desarrollo independiente y actitud emprendedora
Los puntos de contacto (y las confusiones) son frecuentes entre ciencia e ingeniería. Por ello, los contrastes con la ciencia pueden ser útiles para caracterizar a la Ingeniería, por ejemplo, ¿la ingeniería es ciencia aplicada?
– No; la ingeniería aplica cualquier conocimiento que sea relevante para abordar un desafío particular, con independencia de su origen. En ese sentido, la totalidad del conocimiento disponible es en principio la base epistemológica de la ingeniería, que por supuesto incluye al conocimiento científico y al conocimiento empírico.
Entonces, ¿cómo se vincula la Ciencia con la Ingeniería?
– El conocimiento científico es una herramienta del ingeniero, y la tecnología es el factor que le permite transformar los recursos disponibles para satisfacer necesidades.
– Un ingeniero no es un científico, así como tampoco es un matemático, ni un sociólogo ni un escritor, pero puede recurrir y utilizar el conocimiento de algunas o todas esas disciplinas para resolver problemas ingenieriles. Es un profesional que se desenvuelve en la interfase entre la ciencia y la sociedad.
– Siendo el ingeniero un profesional metódico por antonomasia,¿hay método en Ingeniería? ¿es el método científico?. Sí, pero mientras que el objetivo del científico es el conocimiento en sí mismo y su método es el método científico, el objetivo del ingeniero es utilitario (resolver problemas productivos) y su método es heurístico, no científico (figura 1).
Figura 1.Diagramas conceptuales propuestos para el método científico (izquierda) y el método en ingeniería (derecha). Bajo una aparente similitud hay profundas diferencias, como por ejemplo, la solución de un problema por aproximaciones sucesivas en el método ingenieril (recuadro verde).
Otra confusión que se vincula con lo anterior tiene que ver con la investigación en Ingeniería,¿el Ingeniero investiga?, ¿qué investigaciones lleva a cabo?
Sí, investiga. Pero sus investigaciones son principalmente tecnológicas, o incluso cualitativas; en ciertos casos lleva a cabo investigaciones científicas. Independientemente de ello, la necesidad de que el conocimiento sea útil determina fuertemente la naturaleza de la investigación ingenieril (orientada o dirigida). El conocimiento figura en la actividad de la ingeniería como medio para un fin utilitario; no es un fin en sí mismo.
En cuanto al aprendizaje de la ingeniería,¿la práctica es importante?
– Sí; el aprendizaje mediante la realización de prácticas (“aprender haciendo”) es considerado un componente esencial de a educación en Ingeniería, aplicado por ejemplo en las técnicas de aprendizaje basadas en proyectos.
Llego así al final del artículo, convencido de que esta discusión es necesaria, y que una Ingeniería Forestal sólidamente fundamentada en sus principales objetivos y su método tendrá potenciada su aplicación en un rango diverso de organizaciones y contextos productivos.
(*) Fabio G. Achinelli. Cátedra de Silvicultura, Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales UNLP – Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC).
Contacto: fachinel@gmail.com
Este artículo forma parte del espacio mensual de la REDFOR.ar, en ArgentinaForestal.com, que busca divulgar y generar debate sobre la problemática forestal del país. Las opiniones pertenecen a los autores.