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El desafío de creer en la sustentabilidad

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Editorial Lignum .

Por Aldo Cerda

CHILE (MAYO DE 2008).- «Sustentabilidad no significa que dejarán de existir problemas con los mapuches, las ONG, las comunidades aledañas u otros grupos relevantes. Sustentabilidad significa que no ignoramos esos problemas y que tenemos la ambición, no el peso, de solucionarlos para el bienestar de todos». Por Aldo Cerda M Escribo esta nota previo a mi presentación en la conferencia organizada por Oikos y Libertad y Desarrollo, donde el panelista estrella es Patrick Moore, ex fundador de Greenpeace y hoy activo defensor de la energía nuclear. Me han pedido presentar en 15 minutos “los desafíos de la sustentabilidad en el sector forestal”. ¿Es sustentable la industria forestal? Mis amigos verdes no dudarían un minuto: obvio que no. “El sector está basado en especies exóticas que dañan el ambiente, plantas de celulosa que contaminan, conflictos con las etnias, bajas compensaciones a los contratistas, alta concentración y dependencia de unos pocos commodities”, dirían. Mis amigos de la industria (de donde orgullosamente vengo) tampoco dudarían: “el sector se basa en un recurso 100% renovable, plantado por nosotros mismos, con certificación de sustentabilidad ambiental reconocida internacionalmente, con plantas industriales que cuentan con la mejor tecnología disponible y con un aporte notable al ingreso de una de cada diez familias en Chile, sobre todo en zonas con escasas opciones productivas alternativas”. Con el ánimo sectorial enrarecido por la campaña contra las empresas cuyos propietarios participan en el proyecto HydroAysén, la pregunta cae en un ambiente como el de la primaria demócrata en Estados Unidos: sin lugar a sutilezas o matices. ¿Es o no es? Mi respuesta es que la sustentabilidad dista de respuestas del tipo sí o no. Ella no es una lista de chequeo a verificar; es dinámica en sus requerimientos y, lo más importante, si no se es proactivo en afrontar el desafío de la misma, se pierde competitividad. Vamos por parte. Los que creemos en la economía de mercado como el sistema más eficiente para producir bienestar a la sociedad, vivimos un momento mágico en 1989 con la caída del Muro de Berlín. La derrota en el imaginario colectivo de la alternativa centralista y antidemocrática llevó incluso a Fukuyama a imaginar el fin de la historia. Pero todas aquellas personas que estaban descontentas con los vacíos del sistema capitalista tuvieron que reinventarse y tratar de cambiar “desde adentro” lo que no les gustaba. La globalización aceleró este proceso. Los “vencedores”, muchas veces descalificamos a los críticos del sistema. Así, los ecologistas, los indigenistas, los sindicalistas, eran todos “comunistas disfrazados”, por lo que acallábamos sus críticas. Eso fue un error, una flojera intelectual. “Ellos”, a su vez, se encontraron con un Estado cada vez más débil, y con desafíos de gobernabilidad cada vez más complejos. Naturalmente, apelaron a quienes se perciben como los que pueden cambiar la forma en que las cosas funcionan: las empresas. No por nada Asimov imagina en el futuro a la ONU incluyendo a las grandes corporaciones. Ellas son entes sofisticados, flexibles, que generan riqueza, que saben lidiar con distintos ambientes políticos (porque conocen el juego del poder) y con un management orientado a la creación de valor. Antes, las empresas cumpliendo la ley y pagando sus impuestos eran ciudadanos corporativos ejemplares. Hoy día eso ya no se considera siquiera un mínimo aceptable. Los desencantados se organizaron y empezaron a preguntar, cuestionar y criticar a las empresas por la falta de acción y de diálogo. Y cuando no vieron respuesta, aplicaron la lógica última de mercado: que fuera una demanda concreta que alterara el equilibrio existente. Ahí empezaron las campañas, el tomarse las tiendas, el blackmailing y muchas otras manifestaciones. Ellas son odiosas, sobre todo cuando no están basadas en antecedentes “reales”. Nosotros caímos en el juego ingenieril de la lógica: si no es verdad o es impreciso, se sabrá y la campaña desaparecerá. Pero no es la verdad lo que manda en el mundo real, sino lo que se percibe como creíble. Y no existe ranking independiente que muestre a las corporaciones en el liderazgo de credibilidad. ¿Adónde voy con todo esto? Que el issue de sustentabilidad no es un conjunto de indicadores de emisiones o acciones filantrópicas. La sustentabilidad tiene que ver más con la equidad que con la eficiencia (que es el lenguaje que está en el ADN de las empresas). Y la equidad inter e intra-generacional se logra balanceando, de algún modo (es un arte, no una ciencia), criterios sociales y ambientales con los financieros. ¿Certificación? No, es más que eso. ¿Cómo se parte? Subiendo a los stakeholders relevantes (no sólo los que me caen bien) a la mesa a conversar. ¿Conversar de qué? De partida, de cómo poder desarrollar negocios de forma tal de minimizar problemas al ambiente, a la comunidad local (o global) o a la misma empresa. No importan las campañas, siempre hay que mantener un canal abierto. Siempre. Lo segundo tiene que ver con la naturaleza eminentemente cambiante de las demandas sociales y ambientales sobre las empresas. Hoy es reducir el carbon footprint de los productos, ayer eran las dioxinas, mañana será la discriminación positiva de género en el empleo. Así es la vida no más. Lo importante aquí es tener una clara definición de los valores corporativos. Ellos son la mejor defensa al momento de decir “no”. Si se actúa accediendo a cada demanda que llega, éstas no sólo aumentarán, sino que se complejizarán y desbordarán. Respecto de la proactividad, no hay lugar posible para una doble lectura. Una parte importante de las empresas (no sólo del sector), aprendió como regla básica a competir por bajos costos. Y Chile no puede, salvo en casos muy específicos, competir por costo. La apreciación de la moneda, el aumento de los costos laborales, las nuevas regulaciones… si las empresas toman el desafío de la sustentabilidad como una línea de costo adicional están condenadas a un martirio sin fin. La clave es incorporar el tema dentro de las prioridades esenciales de la gestión de la empresa e imbuir completamente al proceso productivo y la cadena de abastecimiento de esta lógica, y a partir de ahí construir una diferenciación de marca. “Chile” ya es una marca prestigiosa para el contexto de ultramar en relación con América Latina. No debería existir ninguna preferencia, a igualdad de costos, por un productor latinoamericano por sobre uno nacional, si esta identidad, construida sobre la base de un liderazgo en sustentabilidad corporativa, es desarrollada y promovida. Sustentabilidad no significa que dejarán de existir problemas con los mapuches, las ONG, las comunidades aledañas u otros grupos relevantes. Sustentabilidad significa que no ignoramos esos problemas y que tenemos la ambición, no el peso, de solucionarlos para el bienestar de todos. ¿Por qué? Porque es bueno para el espíritu de quienes trabajan en mi empresa, es bueno para mis resultados financieros y es bueno para el país.

Por Aldo Cerda

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