En el Bosque Atlántico, que cubre el norte de la provincia de Misiones, en Argentina en la ecorregión que comparte con Brasil y Paraguay, existen gigantes de Palo rosa, un árbol en peligro de extinción y declarado Monumento Natural de la provincia desde 1992. Recientemente, para el especial de la revista boliviana Nómada sobre “Árboles que no queremos perder”, publicaron un informe que pone en valor periodístico a esta especie respecto a la importancia de su conservación para el ecosistema, entrevistando a propietarios y referentes de la ciencia y la conservación de Misiones y del país.
MISIONES (8/6/2024).- ArgentinaForestal.com visitó la reserva San Jorge de Arauco en Puerto Libertad y la chacra de la familia Waidelich en Andresito hace unos años atrás, para dar a conocer el valor de conservación de los propietarios sobre estos ejemplares. Incluso, en 2022, la familia Waidelich postuló un ejemplar gigante que conservan en Andresito y se estima de más de 300 años, que fue postulado para el Concurso Internacional Colosos de la Tierra, organizado por la ONG A Todo Pulmón de Paraguay.
Recientemente, para el especial de la revista boliviana Nómada sobre “Árboles que no queremos perder”, publicaron un informe que pone en valor periodístico a esta especie respecto a la importancia de su conservación para el ecosistema del Bosque Atlántico o Selva Misionera, entrevistando a propietarios y referentes de la ciencia y la conservación de Misiones y del país, como Paula Campanello, Diego Varela, Pablo Cortez, Emilio White, Ricardo Waidelich, entre otras fuentes a la que accedieron. Es un impecable informe que expone es clave continuar con los esfuerzos de investigación de uno de los árboles más imponentes del paisaje forestal misionero.
A continuación, reproducimos el artículo publicado en la edición de mayo donde descubren al emblemático Palo rosa y vuelve a ser noticia internacional la Selva Misionera.

Asombra por su belleza. El árbol de Palo rosa puede medir más de 30 metros e impacta por la tonalidad rojiza que posee en el interior del tronco. Durante más de un siglo se le devastó para aprovechar su madera. Actualmente está en peligro de extinción y es una especie declarada por ley Monumento Natural en la provincia de Misiones, en el año 1992, categoría de protección que prohíbe su tala y comercialización. Pero la fragmentación de su hábitat y su lentitud reproductiva lo mantienen en las listas de árboles En Peligro de extinción a nivel global.
La corteza agrietada y la altura de este árbol brindan un refugio ideal para plantas epífitas, lianas y orquídeas. Además, es el sitio perfecto para que aves como el águila harpía aniden o la utilicen como posadera.
Durante más de un siglo, la tala desmedida colocó a esta especie en grave peligro.
“Cuando se corta, el interior de la madera tiene un color salmón, entre rosado y rojo, realmente alucinante. Y también un aroma bellísimo, dulzón, muy perfumado, que recuerda a las rosas”, dice Emilio White, fotógrafo especializado en naturaleza y biodiversidad, sobre la asombrosa belleza del palo de rosa, un árbol que está en peligro de extinción.
Los ejemplares de Aspidosperma polyneuron, como lo denomina la ciencia, suelen mirar desde arriba al resto de componentes de la Selva Paranaense —también conocida como Bosque Atlántico— que cubre áreas del sur de Brasil, el oriente de Paraguay y la provincia de Misiones. En ese bioma muy particular fructifican tanto especies de los bosques secos como de la Amazonía. En todo caso, se trata de un ecosistema extremadamente alterado. En amplias extensiones, la deforestación ha devastado el paisaje nativo, transformándolo en zonas para cultivo, explotación ganadera o plantación forestal.
“Se estima que entre 1921 y 1926 se sacaron, de lo que hoy es el Parque Nacional Iguazú, unas 75 000 piezas (90 000 metros cúbicos de madera)”, puede leerse en el libro Uso sostenible del bosque: aportes desde la silvicultura argentina, firmado por Pablo Luis Peri y colaboradores.
Una de ellas, Paula Campanello, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), escribió junto a su colega Norma Hilgert el capítulo correspondiente a Misiones. “En la provincia hay gente que niega sistemáticamente que se haya cortado palo rosa. Es cierto que no existen registros, pero no cabe duda de que se ha talado muchísimo y por eso queda muy poco”, afirma la científica, que además fue profesora de Fisiología Vegetal y Silvicultura en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Misiones.
Aun así, la Selva Paranaense es casi una excepción dentro del panorama general de los bosques nativos de Argentina. De acuerdo con el monitoreo realizado por los organismos nacionales, entre 1998 y 2022 se perdieron en todo el país 6,4 millones de hectáreas de coberturas vegetales, principalmente por extensión de la frontera agropecuaria. El 87 % de ellas, pertenecientes a la región chaqueña. Dentro de ese panorama desolador, el Bosque Atlántico, si bien redujo su extensión en Misiones en ese lapso, un hecho de por sí grave, lo hizo en mucha menor proporción (un 17 %, para un total del 76 % de su área original, si se suman las pérdidas en Brasil y Paraguay).
Perteneciente a la familia Apocynaceae, el palo rosa (peroba rosa, en Brasil o yvyrá romí, en lengua guaraní) tiene hoja perenne, o sea, que no cae de manera estacional. Recibe su nombre por una característica no observable a simple vista: “Cuando se corta, el interior de la madera tiene un color salmón, entre rosado y rojo, realmente alucinante. Y también un aroma bellísimo, dulzón, muy perfumado, que recuerda a las rosas”, describe Emilio White, fotógrafo especializado en naturaleza y biodiversidad, que trabaja en la producción de documentales para la BBC británica y ha realizado varios trabajos específicos retratando ejemplares de esta especie.
No fue la peculiaridad de su tonalidad rosada, que pierde relativamente pronto una vez que el interior del tronco se oxida al contacto de la luz y el aire, la que despertó el ansia de los productores forestales. Tampoco la dureza de su madera, mucho menor a la de otras especies arbóreas habitantes de los montes misioneros. Otros fueron los factores que jugaron en su contra hasta condenarlo a una explotación voraz.
Un gigante que crece en comunidad
Uno de los factores que hicieron de este árbol una pieza codiciada deriva de su tamaño: puede llegar a medir más de 30 metros de altura y seis de diámetro.
El palo rosa es considerado especie clave del bosque semidecidual estacional, debido a su aporte de superficie de biomasa, es decir, de materia vegetal, que puede alcanzar hasta el 40 % del total, según datos de un estudio realizado en la Universidad de Londrina, Brasil, y publicado en 2005.
A principios del siglo XX la tala desmedida fue disminuyendo de manera acelerada los lapachos (Handroanthus heptafyllus), inciensos (Myrocarpus frondosus) o cedros (Cedrela fissilis), árboles que cotizaban mejor en los mercados, lo que hizo que el palo rosa pasara de ser segundo plato a primero para ser utilizado durante décadas en las industrias de la construcción o la mueblería.
La preferencia por la especie en Brasil agudizó la situación. En el libro de Peri y colaboradores se indica que antes de que iniciara su explotación “constituía entre el 30 y el 60 % del estrato emergente, mientras que en el estado brasileño de Paraná llegaba a un 60 u 80 %”.
La depredación del palo rosa en Brasil estimuló su búsqueda en Paraguay y Argentina. Desde el norte de Misiones, la cercanía con Brasil y la conexión a través de los ríos facilitaba el traslado directo, “lo que explicaría la falta de registros en aserraderos locales”, según los autores del mismo libro. El resultado es que en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la especie está categorizada como En Peligro desde 1998.
En Argentina, y en la provincia de Misiones, en cambio, no existe un registro exacto ni actualizado de árboles amenazados. En todo caso, el palo rosa se encuentra siempre presente en las diversas listas realizadas por universidades, centros de investigación o entidades ambientalistas.
La declaración en 1992 del palo rosa como Monumento Natural Provincial de Misiones, que prohibió su tala y comercialización, puso freno a la declinación de su población, aunque no puede impedir que cada tanto se conozcan casos puntuales de pérdida de individuos.
Así, en 2014 fueron tumbados 17 árboles en la ciudad de Comandante Andresito, última población argentina antes de alcanzar la frontera con Brasil por la ruta 19.
Y en mayo de 2020, en plena pandemia de COVID-19 y en la misma zona, fue denunciado de manera anónima el corte de un palo rosa con una edad estimada en 500 años. La sanción prevista para este tipo de acciones es una multa, cuyo importe suele quedar rápidamente desactualizado debido a la alta inflación que padece el país.

En el Parque Nacional Iguazú, visto desde la distancia, el palo rosa que Diego Varela señala destaca por su porte en medio del verdor. Parece solitario, aislado de cualquier otro congénere. Si así fuera sería una rareza. “Es un árbol que crece en comunidad, como mínimo siempre se encuentran tres o cuatro juntos”, dice White.
De hecho, los individuos que se conservan en medio de extensiones deforestadas, dedicadas a la agricultura o el ganado acaban sucumbiendo. Sin la protección del bosque, sus raíces superficiales y su gran altura lo debilitan ante los fuertes vientos que suelen asolar la zona.
Pocos estudios para un coloso
En la chacra de la familia Waidelich hay muchos más individuos. Situado a dos kilómetros de Andresito, el predio conserva un vergel que ocupa 60 de sus 150 hectáreas totales. “No tenemos contabilizados cuántos ejemplares hay, pero son dos rodales [denominación que recibe una comunidad uniforme de árboles en un bosque] que deben sumar más de un centenar de palos rosa. Tenemos más de 70 viejos y el resto son renovales [ejemplares jóvenes]”, subraya Ricardo Waidelich, quien en la actualidad está a cargo de la finca.
De todos ellos, un individuo atrapa todas las miradas. Se trata de un palo rosa de más de 30 metros de altura y casi seis metros de diámetro, cuya edad puede rondar los 300 años, según Verónica Waidelich, la hija de Ricardo.
Aunque su padre, productor forestal y agropecuario, asegura que hay expertos que extienden esa cifra hasta los 500 años. El año pasado, el gigantesco ejemplar fue presentado al concurso “Colosos de la Tierra”, que organiza A Todo Pulmón, organización no gubernamental paraguaya. No ganó el primer premio, pero el sólo hecho de presentarlo sirvió para que la comunidad misionera recordase el significado patrimonial de la especie.
“Mi padre Johannes y mi hermano Otto se anotaron como beneficiarios de un predio dentro de una nueva colonia planificada en la zona en la década de los ochenta. La idea era tener una chacra para cultivar yerba mate u otra cosa, pero eligieron esta porque a mi padre le impresionó la cantidad de árboles que había en un lugar tan reducido”, comenta Ricardo Waidelich, para agregar que la familia, descendiente de alemanes de la Selva Negra, tomó desde el principio la decisión de “dejar todo en pie, sin tumbar estos árboles que valen más que cualquier otro cultivo”.
Los palos rosa gobiernan el área, donde también puede verse un alto número de palmitos (Euterpe edulis), palmas que son sus acompañantes habituales en los bosques misioneros, así como de orquídeas y chachíes o helechos bravos (Cyathea atrovirens), más algunos cedros, alecrines (Holocalyx balansae), ficus, inciensos y guatambúes (Balfourodendron riedelianum). La conjunción del palo rosa y el palmito define una de las tres variantes de selva semidecidual estacional que pueden encontrarse en Misiones. Las otras dos están caracterizadas por la presencia de guatambú y laurel; y por el pino Paraná (Araucaria angustifolia).
“No creo que haya una asociación estricta u obligada entre el palo rosa y el palmito. Coinciden en algunos lugares de su distribución, porque por ejemplo ninguno de los dos prospera en zonas de heladas o temperaturas bajas, pero hay sitios donde una especie está y la otra, no. El palmito es típico de bosques húmedos, y el palo rosa crece en los secos. Es un tema que no está bien estudiado, falta información ecofisiológica”, explica la doctora Campanello.
La escasez de conocimientos sobre el palo rosa es una dificultad mayúscula para afrontar la lucha por evitar su extinción. Su corteza agrietada y su altura, por ejemplo, brindan un refugio ideal para plantas epífitas, lianas y orquídeas, pero si algunos especialistas hablan de orquídeas que crecen exclusivamente en los troncos de palo rosa, otros dudan de esta posibilidad. La envergadura, que aleja la copa del árbol de depredadores, es el sitio perfecto para que aves como el águila harpía (Harpia harpyja) aniden o la utilicen como posadera, aunque existen pocas referencias al respecto.
Los principales estudios provienen de Brasil, pero no alcanzan a desentrañar todos los patrones que rigen la vida de estos árboles. Paula Campanello brinda algunos parámetros, que ella misma juzga incompletos: “Es una especie de distribución disyunta. En el continente se encuentra en la Caatinga del nordeste brasileño, que es muy seca, pero también en Misiones, que es un ecotono. Suele asentarse sobre suelos profundos, pero de pronto encontramos individuos en terrenos pedregosos”, comenta.

Fragmentación del hábitat, el gran enemigo
Además de la depredación sufrida durante décadas, la fragmentación del hábitat y la lenta reproducción de la especie atentan contra su supervivencia a largo plazo. “La manera de asegurarla es contar con la mayor cantidad de bloques continuos de bosque, enriqueciendo las reservas y áreas donde queden ejemplares en pie”, señala Pablo Cortez, ingeniero forestal y jefe de área de Medio Ambiente y Comunidades de la empresa forestal Arauco, poseedora de un predio de 264 000 hectáreas en el norte de Misiones, de las cuales destina 119 500 a la conservación del bosque nativo.
En Argentina se ha documentado la presencia de palos rosa de hasta 500 años de vida. Foto: Emilio White/Arauco.
La Reserva Forestal San Jorge, uno de los espacios que Arauco mantiene al margen de la actividad productiva, asombra por la profundidad e inmensidad de la selva. Son 16.500 hectáreas que limitan con el Parque Nacional Iguazú al norte y el Parque Provincial Urugua-í al sureste, conformando un corredor biológico de más de 160.000 hectáreas.
Es allí donde existen tres reductos donde los grandes ejemplares de palo rosa son amos y señores. Llamados perobales, por el nombre que el árbol recibe en Brasil, cada uno exhibe entre 120 y 150 ejemplares: “Son como tres manchones de selva donde uno se encuentra con gigantes que pueden tener unos 500 años. Suponemos que en el pasado remoto debió haber en la zona algún hecho disruptivo que facilitó la generación de semejante estrato”, describe Cortez.
Las posibles edades de los individuos de San Jorge remiten a los tiempos en que los indígenas guaraníes dominaban la región. Llamativamente, para ellos el palo rosa no parece haber sido un árbol utilizado ni venerado de modo especial.
El antropólogo y etnólogo paraguayo León Cadogan (1899-1973) fue, posiblemente, el mayor estudioso de la vida y costumbres de los pueblos originarios del lugar. En su prolífica obra, que incluye tratados sobre etnobotánica, medicina popular o mitología, no aparecen referencias al Aspidosperma polyneuron, relegado por otras especies, como el cedro, el lapacho o la palmera pindó (Syagrus romanzoffiana).
¿Habrán sido los habitantes de entonces quienes crearon en la selva los espacios para que proliferen los palos rosa que hoy se pueden contemplar? La respuesta queda en el territorio de las hipótesis. La posibilidad, sin embargo, no resulta del todo remota.
Los individuos que componen los perobales de San Jorge son casi en su totalidad maduros, sin otros de edades intermedias o más noveles, y algo semejante ocurre en el predio de los Waidelich. “Para crecer, el palo rosa necesita luz. No hace falta que sean lugares demasiado abiertos, pero sí claros que pueden estar producidos por la caída de un árbol. Si tienen demasiada sombra, las plántulas que hayan germinado terminan dañadas o se mueren”, indica Campanello.
Para colmo de males, cuando alguna tormenta de las que abundan en Misiones tumba uno de estos colosos selváticos, aparecen competidores más rápidos para ocupar el lugar que se generó. “Misiones es una región lluviosa, y salvo que la deforestación sea total y el suelo quede desnudo, los bambúes o tacuaras colonizan los espacios abiertos a una velocidad inalcanzable para cualquier especie arbórea. Una vez que esto sucede, el bambú forma un colchón de hojas de descomposición muy lenta que cambia toda la biota del suelo: aparecen otra fauna, otros microorganismos, y el crecimiento de un árbol se vuelve imposible”, puntualiza Campanello.
La fragmentación del hábitat, al margen de conspirar contra la expansión de la especie, afecta su variabilidad genética, tal como sucede con las poblaciones de animales que quedan aisladas de sus congéneres.
En el estudio realizado por la Universidad de Londrina puede leerse: “Restringir el flujo genético podría perjudicar fuertemente la supervivencia de poblaciones de menos de 100 individuos”. También indica que “unos pocos migrantes por generación podrían contribuir a revertir esta situación a largo plazo, pero en poco tiempo esto solo podría lograrse mediante el trasplante de plántulas, debido a la reproducción tardía de la especie”.

Programa de enriquecimiento en la Reserva San Jorge
El palo rosa tiene flores muy pequeñas, de color blanco-amarillento apagado y prácticamente imperceptibles, y solo produce frutos cada dos o cuatro años. Estos frutos son unas parduscas vainas alargadas que se abren y dispersan sus numerosas semillas a través del viento. Las semillas poseen un alto poder germinativo pero su período de latencia es muy corto: pierden su viabilidad al cabo de pocos días si las condiciones climáticas y de luz no favorecen que fructifiquen.
“La mortalidad de las plántulas es altísima, por factores muy diversos”, puntualiza Paula Campanello: “Puede ocurrir que el año que da semillas las condiciones no sean favorables, por sequía, un verano sin lluvias; o por depredación de insectos, roedores y otros animales. Así, esa camada se pierde por completo y hay que esperar al siguiente ciclo para que surjan nuevos individuos”.
Los encargados de la conservación de los perobales de la Reserva San Jorge han decidido enfrentar directamente el problema de la lentitud reproductora del palo rosa. “Como no encontramos árboles de edades intermedias, lo que hicimos fue implementar un trabajo de enriquecimiento. Desde el año 2013, y a partir de una tanda de semillas que habíamos logrado cosechar, se han ido estableciendo parcelas aledañas a los sitios donde se encuentran los ejemplares maduros. En ellas fuimos plantando entre ocho y diez renovales de palo rosa, acompañados de lapacho, incienso, guayubira (Cordia americana), timbó (Enterolobium contortisiliquum) o cañafístula (Cassia grandis)”, cuenta Pablo Cortez.
“Hemos logrado reproducir palos rosa de manera agámica o asexual, con estacas o rebrotes, un método del que no existían precedentes para la especie”, señala pablo cortez, de arauco
Las últimas cifras permiten valorar el trabajo realizado por los técnicos de Arauco. Cortez los enumera: “Hoy tenemos 613 individuos plantados y otros 500 o 600 en vivero. Los primeros que instalamos en las parcelas tenían una supervivencia de un 88 % a los cuatro años, y una altura promedio de 1,34 metros, pero con ejemplares que alcanzaban 1,80 metros”.
Fuente: Revista Nómada. Autor: Rodolfo Chisleanschi.
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