Menos hielo es más luz, y eso tiene consecuencias.Con solo 14 millones de kilómetros cuadrados, el océano Ártico es el más pequeño y menos profundo de los océanos del mundo. También es el más frío. Una inmensa balsa de hielo marino flota cerca de su centro y se expande durante sus inviernos largos, fríos y oscuros, y del mismo modo se reduce durante el verano, cuando el sol alcanza una mayor altura sobre el horizonte.
Fuente: The Conversation y Climática
ESPAÑA (18/12/2020).- Todos los años, normalmente en septiembre, la capa de hielo se reduce a su menor tamaño. El valor de 2020 fue de unos escasos 3,74 millones de kilómetros cuadrados, la segunda menor cifra en 42 años y apenas de la mitad de la extensión que había en 1980. Cada año, debido al calentamiento global, el Ártico se va quedando con menos hielo.
Los efectos del cambio climático se notan en todo el mundo, pero en ningún lugar del planeta de forma tan dramática como en el Ártico. Este se está calentando entre dos y tres veces más rápido que cualquier otro lugar de la Tierra, lo que está provocando grandes cambios en dicho océano, en sus ecosistemas y en la forma de vida de los cuatro millones de personas que habitan la zona.
Algunos de estos efectos son inesperados. El aumento de la temperatura del agua está empujando a muchas especies hacia el norte, hacia latitudes más elevadas. Y el hecho de que la capa de hielo sea más fina está haciendo que recorran el Ártico un mayor número de cruceros, mercantes y barcos de investigación. El hielo y la nieve pueden oscurecer casi por completo el agua que está bajo ellos, pero el cambio climático está permitiendo que los fondos marinos se inunden de luz.
La luz es muy importante en el Ártico. Las algas, que están en la base de la cadena alimenticia de la región, se nutren de luz solar y sirven de comida a los peces. Y estos, a su vez, al ser el alimento de ballenas, osos polares y humanos, les aportan grasa y glucosa.
En las altas latitudes árticas, en pleno invierno, el sol no asoma por el horizonte durante las 24 horas. Es la denominada noche polar, y en el polo Norte, el año se reduce a un día que dura seis meses y a una noche de idéntica duración.
En otoño de 2006, antes de la congelación de los fiordos, un grupo de científicos que estudiaba los efectos de la pérdida de hielo desplegó observatorios (instrumentos anclados a una boya) en un fiordo del Ártico. Cuando el periodo de recogida de muestras comenzó en la primavera de 2007, los observatorios llevaban anclados en el mismo lugar seis meses, recogiendo datos en la larga e implacable noche polar.
Hay vida en la oscuridad
Hasta ese momento, los científicos habían dado por hecho que la noche polar no tenía mayor interés; la consideraban una especie de tiempo muerto en el que la vida permanecía inactiva y el conjunto del ecosistema se hundía en un standby frígido y oscuro. No se esperaba gran cosa de estas mediciones, y de ahí la sorpresa de los investigadores cuando los datos les mostraron que, durante este periodo, la vida no se detenía en absoluto.
El zooplancton ártico (animales microscópicos que se alimentan de algas) participan en un proceso denominado “migración vertical nictemeral”, que tiene lugar bajo el hielo al final de las noches polares. Las criaturas marinas de todos los océanos del mundo hacen lo mismo: se van a las profundidades durante el día, para que la oscuridad les proteja frente a posibles predadores, y luego por la noche suben a la superficie para alimentarse.
Los organismos toman como referencia la luz para realizar este proceso, por lo que la lógica dictaba que no serían capaces de hacerlo durante la noche polar. Pero ahora sabemos que la noche polar es una explosión de actividad biológica; la vida continúa con sus ritmos normales en medio de la oscuridad. Las almejas se abren y cierran de forma cíclica, las aves marinas cazan sin apenas luz, las gambas y los caracoles marinos se reúnen en bosques de algas kelp para reproducirse… Y en cuanto a las especies que viven en aguas profundas, como la medusa de casco, suben a la superficie cuando está lo bastante oscuro como para poder esconderse de sus depredadores.
Es probable que la luna, las estrellas y las auroras boreales den pautas importantes a la mayoría de los organismos vivos y de este modo guíen sus comportamientos, sobre todo en las zonas del Ártico que no están cubiertas por hielo marino. Pero a medida que sube la temperatura del Ártico y aumenta la actividad humana en la zona, en muchos lugares estas fuentes de luz natural se verán desplazadas por otras fuentes de luz artificial, mucho más potente.
Luz artificial
Casi un cuarto del territorio Ártico está expuesto durante la noche a luz artificial dispersa; una luz que rebota en la atmósfera y se vuelve a reflejar en la superficie. De hecho, apenas quedan lugares realmente oscuros, ya que la luz procedente de ciudades, costas, carreteras y barcos es visible incluso desde el espacio.
La contaminación lumínica resulta perceptible incluso en las zonas escasamente pobladas del Ártico. Y es que, como consecuencia de la disminución del hielo, la región cada vez tiene más rutas marítimas, barcos pesqueros y explotaciones de gas y petróleo. Esto ha provocado una mayor presencia de luz artificial en lo que antes era una noche polar absolutamente cerrada.
Ningún organismo vivo ha tenido la oportunidad de adaptarse de forma adecuada a estos cambios, pues la evolución no reacciona en periodos de tiempo tan cortos. Durante milenios, los movimientos armónicos de la Tierra, el sol y la luna proporcionaron a los animales pautas fiables; tanto es así que una serie de comportamientos biológicos como las migraciones, la búsqueda de alimentos y la reproducción están muy vinculados a su grata predictibilidad.
En un estudio reciente realizado en el archipiélago ártico de Svalbard, entre la Noruega continental y el polo norte, se descubrió que las luces de un barco de investigación afectaron a peces y a zooplancton situados a al menos 200 metros de profundidad bajo el mar. Alterados por la repentina presencia de luz, las criaturas arremolinadas bajo la superficie del agua reaccionaron de forma extrema; algunas se pusieron a nadar hacia la luz, mientras que otras hicieron violentos esfuerzos por alejarse de ella.
Es difícil calcular el efecto que tendrán las luces artificiales de los barcos (que empezarán a navegar en mayor número por un Ártico cada vez con menos hielo) en los ecosistemas de la zona; unos ecosistemas que se adaptaron a la oscuridad antes incluso de que el hombre existiera. La cuestión de qué impacto tendrá la creciente presencia humana en el Ártico genera preocupación, pero hay otras cuestiones desagradables que ha de afrontar un investigador. Y es que, si la información que recogemos sobre este océano proviene de científicos que operan desde barcos llenos de luces, ¿hasta qué punto podría considerarse “natural” el ecosistema del que dan parte?