La deforestación, el uso del fuego para limpiar el terreno, y la falta de controles y de aplicación de normativas ambientales en el marco de un modelo productivo basado en la apropiación de la tierra se encuentran detrás de la crisis de incendios forestales.
Fuente: Fundación Avina (*)
AMERICA LATINA (11/9/2019).- Agosto fue un mes crítico para los bosques sudamericanos: los incendios han devorado cientos de miles de hectáreas y están fuera de control. ¿Qué soluciones aportar para dar respuesta a la crisis? El fuego es el síntoma de un paradigma que el mundo no resiste: el paradigma del éxito basado en la acumulación. Existen muchas soluciones que se pueden implementar, desde lo individual y desde lo colectivo, que empujan un paradigma superador: el cuidado. ¿Cómo ejercer el cuidado en un mundo que va en el sentido contrario? Aquí algunas respuestas.
Durante las últimas semanas, la crisis de los incendios forestales puso a los bosques sudamericanos en el centro de la mirada regional e internacional. Solo en la cuenca amazónica brasileña, a la fecha se han reportado más de 87.000 focos de incendios ocurridos desde enero de 2019, según datos del INPE (Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais), lo que significa un aumento del 76 % en la cantidad de incendios con respecto al mismo período del 2018. El bosque Chiquitano, en Bolivia, y el Gran Chaco Americano, también están siendo afectados por fuegos descontrolados que amenazan la supervivencia de la biodiversidad y de las comunidades que allí habitan.
A pesar de que en el 2019 se observó un aumento en la cantidad de incendios forestales causados por la acción humana, el problema tiene larga data y es la consecuencia de múltiples factores que interactúan simultáneamente. Estos factores son principalmente la deforestación, el uso del fuego para limpiar el terreno, y la falta de controles y de aplicación de normativas ambientales, en el marco de un modelo productivo basado en la apropiación de la tierra. Además, condiciones ambientales como la sequía y el calentamiento global favorecen la expansión del fuego.
Pero todos estos factores actúan bajo un paradigma que genera las condiciones para su existencia: el paradigma del éxito basado en la acumulación y el poder.
Para dar una respuesta transformadora a la crisis, es necesario avanzar hacia un paradigma superador: el saber cuidar, de forma integradora, íntegra y colaborativa. Solo esto garantizará vida para las futuras generaciones.
Incendios activos detectados entre el 15 y el 22 de agosto de 2019. (Imagen: NASA Earth Observatory)
No es la sequía, no es el calor
El 19 de agosto de 2019, São Paulo se oscureció a las 3 de la tarde. Una mezcla de nubes densas y humo negro taparon el sol en pleno día. La causa: masivos incendios en la cuenca amazónica cuya magnitud era tal que el humo había recorrido los 2.700 kilómetros que separan la capital paulista de la Amazonía. A raíz de este suceso, ese día se instaló el tema en las redes sociales y los medios del mundo y se supo que la Amazonía se estaba incendiando desde hacía al menos dos semanas. Enseguida comenzó a circular información sobre la magnitud de la quema y las causas. En principio, algunos argumentos apuntaron a que el fuego es normal en época de sequía. Pero, ¿puede la magnitud de los incendios explicarse únicamente por causas naturales?
A pesar de que agosto es un mes de sequía, esta ola de incendios no puede ser atribuida a causas naturales. Especialmente en la Amazonía, un bosque tropical con abundante vegetación alta en donde las copas de los árboles en gran medida impiden el paso de la luz solar y mantienen el suelo y el ambiente húmedos, condición que no es favorable para la generación ni la expansión del fuego. El IPAM (Instituto de Pesquisa Ambiental da Amazônia) publicó el pasado 20 de agosto una nota técnica en la que pone a prueba la hipótesis de que la causa de los incendios es la deforestación y no la sequía. Para esto, se utilizaron tres tipos de datos: los focos de incendios, el número de días consecutivos sin lluvia y la deforestación en 2019. Además, se compararon todos estos valores con los períodos anteriores y con las medias históricas. Y la conclusión fue que la sequía por sí sola no explica los incendios.
Según el citado estudio, el número de focos de incendios para la mayoría de los estados brasileños de la región amazónica es el mayor en los últimos 4 años. Al mismo tiempo, este año la sequía ha sido más leve que la registrada en los 4 años anteriores. Además, los diez municipios que más incendios registraron fueron también los que presentaron la mayor tasa de deforestación. Estos municipios son responsables del 37 % de los focos de calor en 2019 y del 43 % de la deforestación. Por otro lado, entre 2005 y 2012 la tasa de deforestación disminuyó y, con ella, el número de incendios forestales.
Incendios en la frontera entre Brasil, Bolivia y Paraguay. (Imagen: NASA Earth Observatory)
Pero, ¿qué tiene que ver la deforestación con el fuego? Es un factor causante a la vez que agravante. Es causante porque el fuego se usa como método para terminar de limpiar un terreno deforestado. Es decir que la quema deliberada es una acción posterior a la deforestación y esta es una práctica muy extendida en Brasil. Pero también es agravante por varias razones. En principio, los bordes de un bosque deforestado son más secos y, por lo tanto, más vulnerables al fuego. Pero, además, la tala de árboles altera la continuidad del bosque y esos claros o zonas sin árboles permiten la entrada de los rayos solares y la pérdida de la humedad que normalmente es retenida por la vegetación alta. Esto también hace al bosque más vulnerable al fuego.
La Amazonía es el bosque tropical más grande del mundo. Ocupa más del 60 % del territorio de Brasil, pero también abarca grandes porciones de Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia y, en menor medida de Venezuela, Guyana y Surinam. Una de sus fuentes de humedad es el Océano Atlántico: los vientos alisios recogen humedad del Atlántico y la llevan hacia el interior del continente. Pero el mismo bosque es una fábrica de lluvia. A través de su ciclo hidrológico, la Amazonía genera casi la mitad de su propia lluvia. Mediante el proceso de evapotranspiración, los árboles lanzan diariamente a la atmósfera millones de toneladas de vapor de agua que en parte es retenido por sus altas copas y en parte es transportado hacia el centro y el suroeste del continente.
El bosque amazónico es un intermediario fundamental en el ciclo del agua y un regulador del sistema climático global. Por esto, su alteración tendría consecuencias en todo el mundo.
Ti uru-eu-wau-wau / Parque Nacional Pacaas Novos. (Imagen y video: Kanindé)
La política y la economía detrás del fuego en Brasil
“El problema de la quema en Amazonía y otros dramas que vive la agenda socioambiental no son temas exclusivos de un país o de un gobierno, sino que merecen una mirada más amplia, en el sentido de afirmarlo como bioma. Dicho esto, tenemos que reconocer que la actual política socioambiental de Brasil es adversa a muchos de los retos que el país se ha comprometido a enfrentar, por ejemplo, los expresados en su Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC por sus siglas en inglés), en el marco del Acuerdo de París”, dice Glaucia Barros, Directora Programática de Fundación Avina. Y es que detrás de los incendios y de la deforestación existe una política pública que ha disminuido drásticamente la fiscalización y sostiene una narrativa contraria a la conservación y al manejo sostenible de los bosques.
En primer lugar, la alta tasa de deforestación está estrechamente asociada a la expansión de la frontera agropecuaria. Según MapBiomas, casi la tercera parte de las tierras de la Amazonía brasileña se usan para la actividad agropecuaria. El modelo agropecuario en Brasil se centra en la expansión y en la tenencia de la tierra, pero no pondera estrategias para aumentar la productividad. Si bien el modelo productivo es el factor más influyente en la tasa de deforestación, es importante mencionar otros factores que también tienen incidencia. La especulación sobre la tierra, el desarrollo inmobiliario y la explotación ilegal de madera y minerales son igualmente responsables del aumento de la tasa de deforestación en la Amazonía.
Todo esto se ve agravado por la disminución en los controles efectuados por los órganos encargados de prevenir la deforestación en Brasil, que son el ICMBio (Instituto Chico Mendes de Conservação da Biodiversidade) y del IBAMA (Instituto Brasileiro do Meio Ambiente e dos Recursos Naturais). Según datos del IBAMA obtenidos por el Observatorio do Clima en el marco de la ley de acceso a la información pública, el número de operaciones de fiscalización ambiental de IBAMA en la Amazonia cayó un 70% entre enero y abril de 2019 con respecto al mismo período del año 2018. Este dato contrasta con el período que va del 2005 al 2015, década en la que se redujo drásticamente la tasa de deforestación gracias al fortalecimiento de los mecanismos de fiscalización y a la aplicación efectiva de la normativa ambiental.
La situación de los bosques sudamericanos
A pesar de que la mayor parte de la cobertura mediática está centrada en los incendios en la Amazonía brasileña, hay otros biomas afectados por la crisis. El Bosque Chiquitano, en Bolivia, el Pantanal y el Cerrado en Brasil y el Gran Chaco en Argentina, Bolivia y Paraguay también registran un alto número de incendios. Según un informe del SATIF (Sistema de Alerta Temprana de Incendios Forestales del departamento de Santa Cruz, Bolivia), en lo que va de agosto se registraron 9.493 focos de quema en dicho departamento. En el bosque Chiquitano, un bioma de transición entre el Gran Chaco y la Amazonia, ya se ha quemado casi medio millón de hectáreas. Y otras 370.000 en el Gran chaco, según reporta el Sistema de Monitoreo y Alerta Temprana del río Pilcomayo.
Al igual que en Brasil, en Bolivia y Paraguay, el principal origen del fuego es la quema de la cobertura vegetal de un terreno deforestado, práctica que se conoce como chaqueo. Esta práctica, tan extendida en estos países, combinada con los fuertes vientos que han ocurrido en la región y con un aumento de la vegetación baja asociado al cambio climático, ha agudizado la crisis de los incendios. Según Luis María de la Cruz, responsable del Sistema de Alerta del Pilcomayo, en diálogo con el portal de Gran Chaco Proadapt: “un chaqueo que se descontrole, con un viento de 60 a 100 kilómetros por hora, se transforma en algo incontrolable. Eso pasó con el incendio que arrasó con 180.000 hectáreas originado al sur de Roboré, en Bolivia, y que consideramos como el más grande registrado en la región del Gran Chaco”.
Los incendios en la región chaqueña han generado una crisis que compromete la estabilidad del bioma. Luis María de la Cruz afirma que la magnitud del fuego es tal que, en los próximos años, las zonas afectadas sufrirán una erosión de dimensiones aún inciertas.
Esto tendría graves consecuencias para los siete millones y medio de personas que habitan la región chaqueña y, en especial, para los pueblos indígenas y las comunidades rurales que habitan los territorios incendiados, cuyas vidas, bienes y medios de producción están amenazados.
Es importante mencionar a los pueblos indígenas no contactados, quienes se encuentran en situación de extrema vulnerabilidad ante los incendios. Los ayoreos del Gran Chaco paraguayo son el único pueblo indígena no contactado que vive fuera de Brasil. Muchos de ellos practican el nomadismo y su modo de vida corre el riesgo de desaparecer, ya que cada vez tienen menos territorio para moverse. Como indica la ONG Survival, este pueblo vive bajo la amenaza constante de la industria agropecuaria y los megaproyectos de extracción de recursos naturales y de infraestructura que se apoderan del territorio que habitan. En este contexto, los incendios son otro factor que pone en riesgo su misma existencia.
El impacto del fuego en la vida y en la salud
La quema de vegetación tiene efectos inmediatos sobre las personas y los animales. En la cuenca amazónica habitan 385 pueblos indígenas, 305 de los cuales están en Brasil. Los pueblos indígenas y las comunidades rurales son los más afectados por esta crisis, ya que ellos habitan los territorios vulnerados. En Brasil habitan alrededor de 900.000 personas indígenas que hoy están bajo la amenaza del fuego y, como ocurre en toda la región, también enfrentan la pérdida de sus vidas, sus bienes y sus territorios.
Una de las consecuencias más silenciosas de los incendios es la amenaza a la salud pública que causa la inhalación de humo. El portal Globo reporta que, entre el 1 y el 20 de agosto, en el Hospital Infantil Cosme e Damião fueron atendidos 500 niños con problemas respiratorios. Si bien es difícil cuantificar la magnitud del problema en esta instancia, es posible obtener una dimensión del impacto analizando investigaciones realizadas a partir de incendios ocurridos en años anteriores. Según un artículo publicado en 2015, “la mayoría de los incendios forestales en la región oeste de la Amazonia son causa de la deforestación y están impactando en la salud de más de 10 millones de personas”.
El estudio citado caracteriza las emisiones de gases de combustión provenientes de biomasa y su impacto en la salud humana. Uno de los principales resultados obtenidos fue que el riesgo estimado de cáncer de pulmón en la región oeste de la Amazonia excedió por mucho los estándares establecidos por la Organización Mundial de la Salud.
El estudio se llevó a cabo en el arco de deforestación, una zona de 500.000 kilómetros cuadrados que, según el IPAM, posee las más altas tasas de deforestación en la Amazonía. Esta franja ocupa los estados de Pará, Mato Grosso, Rondônia y Acre, que son hoy los más afectados por el fuego. Por otro lado, las pérdidas económicas resultantes de los incendios pueden alcanzar valores dramáticos. Por ejemplo, los incendios de 1998 causaron pérdidas por más de 9.000 millones de dólares. Y el Sistema Único de Saúde invirtió 11 millones de dólares únicamente para tratar problemas respiratorios en la población amazónica.
Columna total de dióxido de carbono correspondiente al 22 de agosto de 2019. (Fuente: The Copernicus Atmosphere Monitoring Service)
Saber cuidar
El fuego en los bosques sudamericanos es consecuencia de las acciones humanas. Y estas, a su vez, son el síntoma de un paradigma que las orienta hacia un mismo objetivo: la acumulación y el poder. El paradigma del éxito, expansivo por naturaleza, a través del incentivo de la competencia crea grandes y profundas desigualdades. En esa competencia, el otro es alguien a quien hay que vencer y esto se refleja en todos los órdenes: los negocios, la política, el conocimiento, el amor.
El incendio de los bosques, el calentamiento global, la degradación del suelo, la escasez del agua, el hambre, todos son síntomas de un sistema excluyente en el que algunos ganan y casi todos pierden.
La respuesta a este paradigma autodestructivo es el cuidado. Según el filósofo brasileño Leonardo Boff, “amamos lo que cuidamos y cuidamos lo que amamos”. El cuidado crea las condiciones para la reproducción y la evolución de la vida. El cuidado como paradigma se refiere a un conjunto de ideas que determinan la forma de vincularse con el otro, de producir, de consumir, de sentir, de construir, de vivir con dignidad. Es una brújula que orienta las acciones y les da sentido. Y es la única actividad que cumple una doble función que hoy es indispensable para asegurar la supervivencia de la especie humana: repara los daños pasados y previene los futuros.
El ejercicio del cuidado
Existen muchas medidas en el corto, mediano y largo plazo que se pueden implementar para hacer frente a la crisis. En principio, es indispensable frenar la deforestación. Un paso en este sentido sería fortalecer los mecanismos de control y fiscalización ambiental. Tasso Azevedo, ingeniero forestal, Coordinador General de MapBiomas y del SEEG (Sistema de Estimativa de Emissões de Gases de Efeito Estufa), en diálogo con el portal Folha de São Paulo, indicó que en Brasil es posible detectar la deforestación con el uso de satélites, con la posibilidad de generar informes y enviar multas a los infractores, del mismo modo que se generan las multas por exceso de velocidad. La tecnología está; falta su implementación.
Para frenar la deforestación asociada a la producción de commodities agrícolas también es preciso promover otro tipo de proyectos productivos que fomenten y valoricen la diversidad biológica propia de la Amazonía y de otros biomas.
Según Carlos Nobre, científico experto en cambio climático, la biodiversidad es el mayor potencial que tiene la Amazonía. En entrevista con el portal Globo Rural, cita el caso del açai (azaí), una planta nativa de Sudamérica cuyo fruto es materia prima de más de 50 tipos de productos, que van desde la cosmética hasta el alimento. El açai mueve un negocio de 15 mil millones de dólares, de los cuales apenas mil millones se quedan en la Amazonía. Nobre sostiene que la Amazonía debe contar con una institución propia dedicada a impulsar proyectos productivos sostenibles basados en la diversidad. Y se debe asegurar que esa economía se destine principalmente al propio desarrollo.
Por otra parte, también es necesario reforestar las áreas desmontadas ilegalmente. Esto reduce la vulnerabilidad de los bosques y protege del fuego a propiedades y comunidades rurales. Para esto, se debe asegurar la aplicación de la normativa ambiental, en especial en los casos en que se contempla la reforestación en las zonas desmontadas ilegalmente. Para esto, es indispensable disponer de información actualizada, confiable y de acceso libre para la elaboración de diagnósticos y políticas públicas. Iniciativas como MapBiomas, en Brasil, o Gran Chaco Proadapt en el Gran Chaco Americano, ambas apoyadas por Fundación Avina, realizan un riguroso trabajo de obtención de datos de libre acceso a partir de un trabajo colaborativo llevado a cabo por consorcios de organizaciones públicas y privadas.
Pero los controles también deben incluir mecanismos para asegurar la implementación de buenas prácticas para la preparación de la tierra. En este sentido, en Bolivia, Paraguay, Brasil y en los países donde la quema en algunos casos es legal, es necesario apoyar a los productores agrícolas para que dejen de usar el fuego como forma de preparar el terreno. Y mientras la quema siga vigente, se deben adoptar medidas de seguridad para el manejo del fuego en sistemas agrícolas, por ejemplo, asegurando que solo personas autorizadas por órganos de control ambiental lleven a cabo los incendios.
Además, estos órganos deben contar con personal entrenado y provisto del equipamiento necesario para combatir el fuego. Al mismo tiempo, también hay que desarrollar programas de prevención de incendios y sistemas de alerta que incluyan la divulgación de información climática, en especial en temporadas de sequía, cuando el riesgo de incendios es mayor.
Coalizão Brasil Clima, Florestas e Agricultura es un movimiento multisectorial que agrupa a más de 200 instituciones entre las que se encuentran empresas del agronegocio, compañías productoras de madera, cosméticos y siderurgia, organizaciones civiles que trabajan en temas climáticos y ambientales, instituciones académicas entre muchas otras.
Esta coalición, que también integra Fundación Avina, recientemente lanzó un comunicado en el que expresa la necesidad de que el estado retome su anterior política de fiscalización que en años anteriores tuvo éxito en el combate a la deforestación. Como esta, existen en Brasil otras redes de organizaciones y empresas que están comprometidas con la conservación del ambiente y con la agenda climática.
Llamado a la acción
Así como el fuego en los bosques sudamericanos es causado por las acciones humanas, el cuidado se ejerce a partir de acciones humanas. El cuidado está en el trabajo de las comunidades rurales e indígenas, de las organizaciones de la sociedad civil que realizan acciones en los territorios en defensa de las personas, los animales, el agua, los bosques. También se manifiesta en las acciones que implementan instituciones estatales en favor de la conservación de la naturaleza y el cuidado de la ciudadanía, o de las empresas que actúan con responsabilidad ambiental en un marco de comercio justo y ético.
Pero también las personas pueden realizar acciones individualmente para cuidar la Amazonía. Los incendios han puesto los reflectores en la industria agropecuaria y en su vínculo con la deforestación y se ha hecho un llamado a no consumir carne que no pueda certificar que no proviene de zonas deforestadas. El cuidado como paradigma emergente está presente entre quienes se interesan por conocer la procedencia de los productos que consumen y demandan y eligen productos ética y ambientalmente responsables.
El cuidado es el valor que moviliza a la juventud en favor del clima y a las personas que salen a las calles para exigir la protección de los bosques. En este sentido, las personas pueden involucrarse en acciones climáticas globales de protección del planeta. Iniciativas como la campaña #6D tienen el objetivo de demostrar el compromiso de la humanidad de aumentar la ambición climática y exigir a la dirigencia mundial que tome acciones para acelerar la acción climática. Esta campaña busca reunir acciones climáticas simultáneas en todo el mundo el día 6 de diciembre, mientras los líderes globales estén reunidos en Santiago de Chile, en el marco de la COP25. Se trata de una campaña abierta y todas las personas pueden sumarse registrándose en su sitio web.
Según Bernardo Toro, filósofo colombiano y Director Programático de Fundación Avina, “el cuidado nos dice cómo seguir produciendo, conviviendo y viviendo diariamente. Solo la cotidianidad podrá modificar la vida del planeta”. En el fondo, somos hijos e hijas del cuidado, ya que nadie que esté leyendo estas palabras podría haber sobrevivido de no haber recibido cuidado. Sin embargo, la vida en un paradigma que se opone a esa esencia requiere de un nuevo aprendizaje. El ser humano deberá volver a aprender a cuidar. Porque en estos tiempos, más que nunca, cuidar es una cuestión de supervivencia.
* Yanina Nemirovsky es periodista y divulgadora con especialidad en temas ambientales, científicos y de desarrollo sostenible. Actualmente periodista en área de Gestión del Conocimiento en Fundación Avina y Coordinadora de Comunicación de ActionLAC (plataforma coordinada por Fundación Avina).