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Refugios mínimos: una cabaña en la Costa azul francesa

Aplicando su teoría sobre las medidas del hombre y la relación con su espacio vital, Le Corbusier construyó para sí esta cabaña modesta sólo en apariencia: muy pronto se convertiría en un verdadero ícono de la arquitectura moderna.

Esta es la primera entrega de diez refugios que vamos a compartir con ustedes. Son de diferentes partes del mundo y tienen distinta tipología, pero los elegimos por lo que tienen en común: creemos que evocan los deseos primarios de protección y conexión con la naturaleza, el ansia de liviandad y la necesidad ocasional de, sencillamente, retirarnos.

 

En su versión tradicional o actualizada, es increíble la añoranza y el entusiasmo que despiertan una casita en el bosque o en la copa de un árbol, un rancho a orillas del mar, una guarida lejos del mundanal ruido. Y la admiración (por no hablar de la más robusta y sana envidia) que sentimos por sus dueños. Seres que nos suelen parecer irreales –pero siempre valientes–, principalmente porque jamás dejan de conectarse con sus ganas de ser más libres.

 

Los invitamos a dar un paseo por tres continentes (y por el inconsciente propio y el colectivo) a través de estos diez Refugios Mínimos que tienen grabadas de modo indeleble las líneas de eso que desde siempre llamamos “hogar”.

 

 

 

Uno, dos, tres, cuatro: cuatro pasos, a lo sumo cinco. Esa es toda la distancia que se puede recorrer dentro de Le Cabanon, considerada un monumento de la modernidad y, sin embargo, parte del capítulo menos difundido de la carrera de Le Corbusier: el conjunto de construcciones que el arquitecto suizo realizó en Roquebrune-Cap-Martin, el lugar que eligió para su retiro en la Costa Azul francesa.

 

Lo esencial se hace visible: un lavatorio separado de una de las dos camas por un armario, una mesa y dos cajones como asientos. Con su ojo de artista, el maestro hizo ventanas mínimas para enmarcar elementos específicos del paisaje como en un cuadro vivo. Foto: Olivier Martin Gambier

 

Fue el 30 de diciembre de 1951, día del cumpleaños de su mujer, que, sentado a la mesa de un barcito de la zona, se puso a dibujar los planos. “Estoy tan satisfecho con mi cabaña que seguramente decida morir aquí”, le dijo a un amigo, el fotógrafo húngaro Brassaï, en agosto del año siguiente, cuando estuvo terminada.

 

 

Cuarenta y cinco minutos le llevó a uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX plasmar en papel las coordenadas definitivas de su utopía personal.

 

De a poco se fueron haciendo más frecuentes sus temporadas en ese paraíso propio, muy cerca de una playa de canto rodado a la que llegaba bajando entre las rocas varias veces al día. Una tarde soleada de 1965 lo sorprendió un ataque al corazón, tal como lo había predicho, junto al agua cristalina del Mediterráneo. Hoy, a pesar del tiempo, el retiro del genio sigue siendo una obra innovadora, con sus refinados 16m2 diseñados para poner a prueba el espacio mínimo indispensable con un enfoque ergonómico y funcional, y sin jamás dejar de lado la belleza.

 

 

“Sol, espacio y árboles: los he reconocido como materiales fundamentales del urbanismo, portadores de las alegrías esenciales”. Cuando las catedrales eran blancas.

 

Después, el mito. Y una cabañita de madera que seguirá en pie como justo homenaje a quien se atrevió a soñar una arquitectura que pudiera unir a todos y cada uno de los hombres con la naturaleza.

 

 

 

En esta estructura con revestimiento de troncos diseñada al milímetro, el hombre es la medida de todas las cosas: tiene 3,66×3,66m y la altura de una persona promedio con el brazo levantado, 2,66m, dimensiones surgidas de su propio invento: el “Modulor”. Impresionan la calidad del espacio interior y los climas que generan el uso magistral de los materiales, la luz que enciende el piso pintado de amarillo y la trama en el cielo raso en franca referencia a Mondrian y Kandinsky, dos precursores del arte abstracto.

 

 

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