Artiículo publicado en la revista Caras y Caretas de Uruguay |
La incursión de la multinacional Greenpeace, en un intento de boicot a las instalaciones de la proyectada planta de celulosa de la empresa finlandesa Botnia, elevó la temperatura de la controversia existente entre Uruguay y Argentina y los supuestos ambientalistas. ¿Qué hay de cierto en el escándalo más impactante del verano? URUGUAY (1/2/2006).- Según el Informe Ambiental Resumen (IAR) presentado por la consultora Soluziona a la Dirección Nacional de Medio Ambiente (DINAMA) del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) por encargo del proyecto Celulosas M’Bopicuá del grupo empresarial español Ence, en América del Norte existen 231 plantas de celulosa, con una producción total de 83.410.000 toneladas de pulpa. Por su parte la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) refería en 1995 a la existencia sólo en ese país de 555 plantas, entre plantas productoras de pulpa solamente y plantas integradas y no integradas de producción de papel. La diferencia entre los datos puede surgir por varios lados. En principio, porque una planta no integrada de producción papelera significa que si bien manufactura papel a partir de pulpa, o no produce la pulpa o no produce el papel final. De todos modos, excluyendo a todas las aproximadamente 300 papeleras no integradas (lo que es un disparate) quedan 255 plantas que indiscutiblemente producían pulpa sólo en Estados Unidos y en 1995. Tomando en cuenta, además, que Canadá era, según el informe anual de la Pulp and Paper Internacional en 2000, el segundo productor de pulpa del mundo (detrás sólo de Estados Unidos), es evidente que la cantidad de plantas de celulosa de América del Norte es todavía mayor. Lo que nadie discute es que no existe una sola campaña de Greenpeace en ese continente contra la instalación de plantas de celulosa. Ni siquiera Greenpeace USA, que no menciona el asunto en su sitio web en ese país. Allá están comprometidos en el salvataje de ballenas. En Canadá, Greenpeace se enfoca en las ballenas y en la protección de los bosques antiguos, y allí, además, su situación es un poco más complicada desde que perdió hace más de diez años status de organización benéfica que, aunque apeló, nunca pudo reobtener. LAS COSAS EN SUS SITIO. Según el IAR mencionado, en América Latina hay 119 plantas de producción de pulpa de celulosa con una producción de 12.330.000 toneladas. La precisión de este dato es más difícil de discutir, pero se discute igual. En Celulosa Online, el portal brasileño sobre mercado de la celulosa, se puede navegar por un mapa que indica cuántas plantas existen en cada región. Sólo en Brasil hay más de 119 papeleras. Bastante más. Lo que no hay es ninguna campaña de Greenpeace. Es más, la situación brasileña evidencia algo más: dualidad de criterio de la organización ambientalista o ignorancia lisa y llana. De acuerdo al mapa de áreas contaminadas por Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), en particular dioxinas y furanos que proporciona el sitio de Greenpeace en Brasil, Rio Grande do Sul muestra dos sitios de daño ambiental por estos tóxicos. Uno de ellos debido a una planta de celulosa que utilizaba cloro elemental para el proceso de blanqueamiento y cuyos efluentes habían causado perjuicios al ecosistema. Pues bien, existía con justicia una campaña pública contra esta empresa (Klabin Riocell) que se terminó en mayo del año pasado, como el mismo Greenpeace reconoce satisfecho, cuando la empresa, de acuerdo a un compromiso firmado por ella con la agencia ambiental gaúcha y el gobierno de ese estado en julio de 2001, sustituyó su proceso de blanqueamiento con cloro elemental por la tecnología ECF (Libre de Cloro Elemental, por sus siglas en inglés), que es la misma que se utilizará desde el vamos en las dos plantas que instalarán en Uruguay. Lo que en Brasil vale para la multinacional ambientalista, aquí parece que no. Hay algunas otras curiosidades. A notar: en la portada de Greenpeace Brasil se denuncia que tres brasileños fueron detenidos en Uruguay por el célebre boicot del pasado martes a las instalaciones “ilegales” de Botnia. O sea, según Greenpeace Brasil, la planta de Botnia es “ilegal”. Además, es muy sugestivo que sólo se señale a una planta de celulosa como productora de contaminación por organoclorados cuando en Rio Grande do Sul hay más de 20 papeleras, según Celulosa Online, la mayoría, eso sí, con tecnología ECF como la que se utilizará en Uruguay. Por lo pronto, el pasado 3 de noviembre, el ejecutivo de Votorantim Celulosa e Papel, José Luciano Penido, anunció en una recepción en el Palacio Piratini, en presencia del gobernador del estado, Germano Rigotto, el comienzo del proceso para la instalación de una planta más grande que la de Botnia con una inversión de 1.300 millones de dólares en la zona de Pelotas sin que nadie dijera nada por ello. También tecnología ECF. HE VISTO UNA PLANTA DEL OTRO LADO DEL RÍO. Pero sigamos paseando. En Argentina, hay alrededor de 15 plantas de celulosa. Siete sobre el Río Paraná, a saber: Alto Paraná, Misiones (Puerto Esperanza, Misiones), que produce 350.000 toneladas por año (t/a), Celulosa Argentina (Capitán Bermúdez, 150.000 t/a), Papel Prensa (San Pedro, Buenos Aires, 150.000 t/a), Papel Misionero (Puerto Mineral, Misiones, 70.000 t/a), Celulosa Puerto Piray (Misiones, 30.000 t/a), Celulosa Campana (Buenos Aires, 30.000 t/a) y Celulosa Argentina (Zárate, Buenos Aires, 20.000 t/a), que totalizan 800.000 toneladas. Incluso en la propia Entre Ríos existe una papelera de 17.900 t/a. Por otra parte, hay nuevos proyectos (y grandes) y proyectos de ampliación de la capacidad de los ya existentes en la región. Varias de las plantas argentinas utilizan tecnologías más antiguas y mucho más contaminantes que las que se piensan utilizar en Uruguay, pero allí tampoco Greenpeace ha hecho nada, salvo, desde el 13 de enero, denunciar la política hipócrita de las autoridades argentinas con relación a las plantas de celulosa. Pero más hipócrita que Greenpeace, difícil. En la reunión donde se hizo la denuncia, entre el canciller argentino Jorge Taiana, y el director ejecutivo de Greenpeace, Martín Prieto, al mediodía del pasado viernes, la organización ambientalista pidió la suspensión de las obras de las plantas de celulosa uruguayas hasta tanto no se acordara entre los dos estados un “Plan de Producción limpia” con tecnología TCF (Totalmente Libre de Cloro) y con circuito cerrado de fluentes. Pero sobre las plantas de celulosa que ya existen en Argentina, ninguna de las cuales (de las que blanquean químicamente) utilizaba esta tecnología (de hecho, algunas ni siquiera son ECF) sólo dijeron que “Argentina debe revisar también la conducta de las empresas emplazadas dentro de su territorio”. De suspender ni hablaron. Para tener un panorama más acabado de la región no Se puede olvidar a Chile. En el país transandino hay once plantas de celulosa, muchas de ellas muy grandes y pertenecientes a Celulosas Arauco y Constitución, responsables de la famosísima planta Celco de Valdivia a que un informe de la Universidad Austral de Chile le imputó ser la causante de la muerte de cisnes negros en el Santuario de la Naturaleza Carlos Anwandter, caso que hoy se utiliza como un portaestandarte ejemplificante de lo que puede producir una planta de celulosa por parte de los ambientalistas. Ésta fue la única planta objeto de una campaña que, por cierto, no fue comandada por Greenpeace que sí participó. El cuestionado grupo empresarial Arauco, uno de los grupos más grandes del mundo en el área de Celulosa, es dueño de la papelera más grande que se encuentra sobre el Paraná en Argentina. La planta Alto Paraná en Misiones, con una capacidad de producción de 350.000 t/a de pulpa de celulosa, también utiliza tecnología ECF y estuvo involucrada en una denuncia, a partir de la muerte de dos trabajadores accidentalmente, y una polémica pública donde fue acusada de tener un ducto clandestino al mar para tirar sus efluentes, lo que generó revuelo un portentoso desmentido hace menos de un mes por el gerentes general de la empresa, Cristián Infante, el 29 de diciembre. La empresa tiene el certificado de calidad ISO 14001, el más exigente y el que poseen las empresas que se piensan instalar en Uruguay en sus papeleras ya instaladas. ¿QUÉ SE HARÁ EN URUGUAY? En Uruguay, dos empresas europeas están instalando sendas plantas de celulosa. Eso lo sabe todo el mundo. Las dos utilizarán tecnología ECF, es decir, libre de cloro elemental y no tecnología TCF, totalmente libre de cloro, como reclaman los ambientalistas, detalle que, aparentemente, genera la discordia. La historia es así. Es obvio que un tronco de árbol dista de ser un papel. Dista, de hecho, un complejo proceso industrial, porque lo que nadie discute es que con troncos de árboles se pueden hacer papeles. El primer proceso es la producción de celulosa. Los troncos de los árboles están formados por fibras de un polímero de glucosas enlazadas covalentemente de manera particular que se llama celulosa y por hemicelulosa, otro polímero de azúcares pero más irregular, ramificado y además con diferentes tipos de glúcidos. Las fibras están asociadas a un complejo polímero aromático dificilísimo de degradar llamado lignina, que debe ser eliminado para permitir la producción de los derivados de la celulosa, entre ellos el papel. La deslignificación tiene básicamente dos etapas: el pulpaje y el blanqueo. En general, en el pulpaje se remueve la mayor parte de la lignina mediante un proceso químico industrial llamado Kraft. Existen procesos distintos al Kraft, pero casi no se usan. Luego viene la etapa de blanqueo y allí aparece el asunto del cloro. El blanqueamiento es la etapa en la que se remueve la lignina residual que ha quedado en la pulpa. Si esto no se hace, el papel, invariablemente, en contacto con la luz y el oxígeno quedará amarillento, como le sucede al papel barato de los diarios a los que no se le aplica este procedimiento. Para remover la lignina remanente, o sea para blanquear, solía utilizarse en las pasadas plantas de producción de pulpa de celulosa una mezcla de gas cloro con dióxido de cloro. El cloro es un agente que ataca muy específicamente a la lignina sin agredir a la celulosa, por eso se utiliza. Ahora bien, hace bastante que se sabe que la utilización de cloro elemental en procesos industriales produce como daño colateral especies orgánicas policloradas y en particular las temidas dioxinas y furanos, una familia de compuestos organoclorados entre los que se encuentran algunas especies tóxicas, en particular la tetracloro dibenzo para dioxina (TCDD), probablemente el tóxico más potente producido involuntariamente por el hombre y, aun así, 10 millones de veces menos tóxico que la toxina botulínica, toxina secretada por la bacteria causante del botulismo. De cualquier manera, la producción de este tipo de contaminantes orgánicos persistentes es lo que determinó que en todo el Primer Mundo se comenzaran a sustituir las tecnologías centradas en el cloro elemental por las tecnologías libre de éste. Éstas son las tecnologías ECF que utilizan dióxido de cloro y un proceso de preblanqueamiento con oxígeno y eventualmente ozono, y TCF que utiliza una mezcla de peróxido de hidrógeno y oxígenos así como otras sustancias químicas que no poseen cloro. Ninguna de ambas tecnologías produce dioxinas o furanos. Esto no lo afirma CARASyCARETAS, lo afirma el Grupo de Expertos en las mejores tecnologías disponibles (BAT, según sus siglas en inglés) y mejores procedimientos ambientales (BET) en un informe para el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, titulado Desarrollo de pautas en las mejores técnicas disponibles y guía provisional en las mejores prácticas ambientales posibles relevantes a las provisiones del artículo 5 y el anexo C de la Convención de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes. Allí se expresa, en efecto, que “el dióxido de cloro disuelve la lignina sin las formación de organoclorados y protege la celulosa de productos de degradación. Mientras que el cloro tiende a sustituir y combinar con la lignina, el dióxido de cloro oxida típicamente la lignina abriendo el anillo aromático. Cualquier contaminante orgánico remanente formado por el blanqueamiento con dióxido de cloro es soluble en agua y no es bioacumulable”. Estas BAT y BET se basan en documentos (BREF) desarrollados por las Integrated Pollution Prevention and Control (IPPC) directiva 96/61 de la Unión Europea. Sobre esto hay mucha información disponible y tanto los informes de la DINAMA, de las empresas, como del Banco Mundial, expresan lo mismo. Eso no significa que no se produzcan en la tecnología ECF halógenos orgánicos absorbibles (AOX), que se producen aunque en cantidad muy menor (en la tecnología TCF no se producirían); significa que no se producen los compuestos de la discordia. LOS MALOS OLORES Los ambientalistas han cuestionado mucho a las plantas por el olor que producirían. El origen del olor asociado a las plantas de producción de pulpa de celulosa responde a la emisión de sulfuro de hidrógeno, metil mercaptano, dimetil sulfuro y dimetil disulfuro, cuatro compuestos agrupados bajo el nombre de Azufre Total Reducido (TRS, por sus siglas en inglés). En el caso de las plantas que se van a instalar, todos los informes técnicos coinciden en que incluso en las inmediaciones de la planta los niveles de olor serán menores a los autorizados para estos compuestos, y que “durante las operaciones normales de las plantas no serían detectables olores en ninguna parte de la región, incluyendo Gualeguaychú y Ñandubayasal”. Ello debido a la tecnología que utilizarán las plantas para capturar e incinerar gases olorosos, que también forman parte de las mejores tecnologías disponibles. El informe del Banco Mundial prevé la aparición de olores en la puesta en marcha de la planta, y en los arranques y paradas planificados y no planificados de las plantas. Todo esto además puede depender de los vientos, pero los informes consignan el bajo impacto odorífero del emprendimiento. De todos modos, el olor por sí mismo no reviste toxicidad y en el caso de producirse incomodará, pero no va a generar daños a la salud. IMPACTO AMBIENTAL Y DE LOS OTROS Todo emprendimiento industrial tiene impacto. La mayor parte de de los uruguayos que se manifestaron por un Uruguay Productivo el 31 de octubre de 2004, saben que ese Uruguay estará más contaminado que el improductivo y deshecho Uruguay de hoy, un país trágicamente limpio. Greenpeace nunca ha manifestado que no existe mayor daño al ecosistema que la pobreza, el hambre y la desocupación. Por eso, Greenpeace no va a asentamientos. Eso no lo dicen los manuales ni la multinacional ambientalista que hace pocos años comprara acciones de la petrolera Shell para “incidir desde adentro” y que fuera dirigida hasta hace poco por Lord Meter Melchett, aristócrata inglés heredero de la fortuna de las Industrias Químicas Imperial (ICI) fundada por su abuelo y hoy contratado como consultor por Burson-Marsteller, la mega compañía de comunicación corporativa que contratan los gobiernos que violan los derechos humanos y las empresas con problemas medioambientales, entre ellas: Monsanto, Shell, Union Carbide, Scottish Nuclear, Exxon, Eli Lilly, y Laboratorios Pfizer (por no decir nada de Arabia Saudita, Ceaucescu, el gobierno de Indonesia y la junta militar Argentina). En cualquier caso, la adjudicación a las plantas de celulosa de la responsabilidad por la emisión de organoclorados al entorno es poco menos que una audacia. Hace años que se sabe que las mayores emisiones de dioxinas se producen por la combustión a baja temperatura, entre ellas las incineradores de residuos hospitalarios y municipales con tecnología inadecuada, los autos, sobre todo los que utiliza combustible con plomo, los barcos y helicópteros (los de Greenpeace también) y las estufas a leña. La incidencia de la quema de un bosque, como los bosques incendiados en las hectáreas linderas a Ence y Botnia hace pocos días, de los cuales todavía no se saben si fueron accidentales, produjeron más dioxinas que lo previsto para las futuras plantas que tanto conflicto han generado. Por Leandro Grille. Fuente: CARASYCARETAS . Viernes 20 de enero de 2006