Últimas noticias

Opinión

El cambio climático, un desafío y una responsabilidad de toda la humanidad

Dr. Vicente Ricardo Barros. Profesor Emérito / UBA. Investigador superior del CONICET – CIMA (*)

Fuente: Fundación Observatorio de Responsabilidad Social

 

BUENOS AIRES (Abril 2013).- “El cambio climático constituye, hoy en día, uno de los grandes desafíos para toda la humanidad. La vulnerabilidad al clima se encuentra fuertemente vinculada con el nivel de desarrollo, condiciones sociales y económicas, aspectos culturales, organización institucional y, especialmente, la pobreza. Enfrentar este complejo problema, requiere integrar las opciones y medidas de mitigación y adaptación en otras políticas en curso, coordinando eficazmente las actividades que llevan a cabo los distintos actores vinculados. (…)Entender cómo afecta el cambio climático en nuestra región, entonces, implica que éste sea pensado desde una visión transversal que lo vincule a la temática de los bosques, de la desertificación, a los sistemas hídricos, a la de la biodiversidad. Y en función de ello encarar acciones concretas de reducción del fenómeno pero también de adaptación a él”.

 

Así reza parte del prólogo de Cambio Climático en Argentina, un material elaborado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación Argentina en 2009 en el marco de la cooperación técnica de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) hacia la Dirección de Cambio Climático, a través del proyecto de “Fortalecimiento de las Capacidades en Adaptación al Cambio Climático”.

 

Vicente Ricardo Barros, profesor emérito de la Universidad Nacional de Buenos Aires, e investigador superior del Conicet y Cima, publicó en dicha edición un artículo que Fundación Observatorio de Responsabilidad Social, recomienda en el marco de las inundaciones que afectaron a miles de personas en el mes de abril en la ciudad de La Plata y Buenos Aires.

 

 

Adaptación: prioridades y posibilidades


La evidencia de que ya estamos en medio del cambio climático causado por la actividad humana, y del cual no podremos escapar en las próximas décadas, ha agregado a la agenda sobre el cambio climático la cuestión de la adaptación. Muchos de los cambios del clima están ocurriendo, otros se estiman para un futuro distante y, salvo excepciones, sobre los cambios en las próximas décadas hay mucha incertidumbre científica, tanto en su signo como en su magnitud. Por lo tanto, la adaptación al cambio climático que la sociedad puede considerar factible es sólo aquella a los cambios en un futuro inmediato y sobre los que no hay dudas científicas, cosa que en general sólo se presenta en pocas regiones, o la que se debe realizar de un modo u otro porque los cambios de algún aspecto del clima clave para el bienestar o la producción ya están ocurriendo. Es más, en este último caso, la adaptación de los involucrados se realiza en forma autónoma de la planificación oficial o científica.

 

Esta adaptación es en general de carácter individual o de pequeños núcleos o empresas, adelantándose en el tiempo a las reacciones de las instituciones oficiales. Cuando su carácter es masivo implica cambios socioeconómicos e incluso ambientales importantes.

Lo dicho en el párrafo anterior es general y tiene su expresión en Argentina. Sólo sobre unos pocos de los cambios esperados, la certeza científica puede llegar a movilizar a la sociedad para efectuar adaptaciones costosas. Uno de esos casos es el de los oasis del piedemonte andino de Cuyo donde, al igual que en gran parte del mundo, hay evidencia científica sobre la regresión registrada de los glaciares y la continuidad futura de este proceso.

 

Hay pocas dudas de que, allí la conjunción de mayores temperaturas y menores precipitaciones llevará además a la reducción de los caudales de los ríos. Aún así, la implementación de medidas concretas para mejorar la eficiencia en el uso del agua es un proceso todavía difícil sobre el que se debe insistir ya que incluso sin cambio climático es algo conveniente para toda la región.

 

 

El aumento de las precipitaciones con una relación de precios favorables a la agricultura respecto de la ganadería, potenció otros cambios como la incorporación de nuevas tecnologías y expandió la frontera agrícola hacia el oeste desde La Pampa hasta el Chaco, en una región que era considerada semiárida. Este proceso de adaptación a las nuevas condiciones climáticas se realizó en forma autónoma y por lo tanto fue de naturaleza reactiva, es decir sólo tuvo lugar a posteriori de los cambios. Esta adaptación trajo enormes beneficios económicos de corto plazo y una gran renta adicional para el país, pero en algunos casos ocasionó daños al medio ambiente al avanzar sobre los ecosistemas naturales. Es apenas un ejemplo de lo que seguramente está sucediendo en el mundo, donde en presencia de manifestaciones importantes de cambio climático, muchos sectores y, comunidades seguramente han comenzado su adaptación sin que ello se esté registrando en el mundo académico. La lección es que quizás en materia de adaptación al cambio climático el trabajo académico debe focalizarse más en aprender de las reacciones ya en curso para ayudar a su optimización y evitar los errores y consecuencias no deseables.

 

La experiencia argentina indica que ante ciertos cambios del clima, no siempre se registra adaptación ni planificada ni autónoma. Un ostensible ejemplo es el caso de las precipitaciones extremas que han estado asolando al país con mayor frecuencia desde hace por lo menos 20 años, incrementado la vulnerabilidad social y poniendo en crisis a la infraestructura relacionada con los recursos hídricos. En muchos casos, estas precipitaciones extremas producen inundaciones, debidas en parte a la inadecuación de la infraestructura a las nuevas condiciones climáticas. En este caso, la conciencia sobre esta nueva problemática se ha filtrado en todos los sectores técnicos que diseñan, o manejan esta infraestructura, por lo que no sólo se debe trabajar en generar una conciencia social al respecto, sino además dirigir un esfuerzo especial sobre este sector.

 

La Argentina tiene el 90% de la población concentrada en 800 centros urbanos. Un número importante de estos centros, y casi todos los más grandes, tienen una localización cercana algún curso importante de agua, por lo cual son vulnerables a posibles inundaciones causadas por desbordes de los mismos. El problema de la mayor frecuencia de precipitaciones extremas es de gran impacto y cabe preguntarse por qué no ha habido aún toda la adaptación necesaria. Además de las características propias de la idiosincrasia nacional, habría que explorar en qué medida, un aumento en la frecuencia de los fenómenos extremos, que son de por si de rara ocurrencia, pueden ser captados por la conciencia colectiva. Y si esta captación sólo se registra cuando en alguna ocasión, los eventos extremos superen significativamente un cierto umbral de daño. Una consecuencia de esta falta de conciencia colectiva es la escasa o nula mejora del sistema de alerta y emergencias para manejar estos fenómenos extremos.

 

 

(*) Email: barros@cima.fcen.uba.ar

 

 

 

Artículos relacionados