En las islas del Tigre, el turismo crece hace años. Pero entre los ríos, arroyos y descansos hay más actividades y personas. Cooperativas y productores promueven el cultivo en miras de un desarrollo rural sustentable. Artesanias, cosmética, instrumentos, alimentos y, sobre todo, trabajo isleño.
Fuente: Sebastián M. Tamashiro. Sobre La Tierra, UBA.
BUENOS AIRES (4/9/2025).- Mientras el turismo ha dominado la escena en el Delta Bonaerense en las últimas décadas, un tesoro natural, el bambú, está impulsando un renacer productivo en la región.
Cultivado en las islas durante más de 100 años, el bambú se ha convertido en una alternativa sostenible para diversificar la economía local y fortalecer la identidad isleña, ofreciendo una amplia gama de usos que van desde la artesanía hasta la alimentación.
El Delta, que alguna vez fue un motor de la fruticultura, perdió su perfil productivo en la década de 1990 para especializarse en el turismo. “El Delta es otro mundo a metros del mundo conocido”, explica Martina Halpin, investigadora de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).
Ella señala que la fruticultura, que floreció entre 1850 y 1950, dejó como legado la presencia del bambú, una planta introducida para proteger los frutales y las costas de la erosión. Cuando la producción frutícola desapareció, el bambú siguió creciendo de forma silvestre, transformándose en una oportunidad.
Un tesoro versátil y sostenible
En 2008, el Programa Proyectos Sustentables para el Delta Bonaerense eligió al bambú como eje para reactivar la producción, generar trabajo y arraigo en las islas.
Su rápido crecimiento y múltiples propiedades lo convierten en un recurso ideal para la economía circular. «Crece muy rápido, brinda distintos servicios ecosistémicos y se lo puede aprovechar de muchas maneras, ya sea para construir casas, muebles o utensilios de cocina», destaca Halpin, quien también integra la Cooperativa Origen Delta.
Explica que su investigación no se limita a la botánica, sino que adopta una perspectiva socio-productiva.
La cooperativa, compuesta por 45 productores, elabora desde pupitres y juguetes hasta estuches para cosmética natural. Incluso los brotes de bambú son comestibles. “Yo los hago en conserva agridulce, tienen una textura similar al palmito”, detalla la investigadora.
Este enfoque no solo busca generar valor agregado, sino también reconstruir una identidad productiva que se había desvanecido, demostrando que el turismo y la producción sostenible pueden coexistir, fortaleciendo la comunidad y honrando el legado cultural y natural del Delta.
El trabajo entre cañas
Halpin le contó a SLT que muchas personas desconocen que en el Delta del Tigre hay productores, sobre todo familiares, de pequeña escala. “Inventaron su propio trabajo al no conseguir uno de condiciones dignas en las forestaciones o en el turismo. El bambú es ideal para ellos”.
La inversión en capital es baja; alcanza con un machete, una sierra o un serrucho, herramientas comunes en las islas. Además, su cosecha requiere muchas manos y por eso, puede ser una fuente de empleo.
La cosecha es manual porque en el cañaveral conviven cañas viejas y jóvenes. Hay que saber seleccionar y tratar el material. Si se mezclan, se obtienen cañas de peor calidad y por lo tanto, menor precio. Luego de la cosecha, como es gradual, no queda una gran superficie desmontada. Esto implica un menor impacto ambiental, en comparación con las forestaciones.
Debates en torno a la promoción del bambú
La investigadora señaló que el cultivo tiene muchas ventajas, pero también hay debates en torno a su fomento. “Por ejemplo, hay quienes dicen que es invasora. En principio, hay que decir que es una familia de plantas que tiene unas 1600 especies. Algunas se expanden más rápido, otras forman una mata más espesa, hay algunas especies nativas y otras introducidas”.
En este sentido, añadió: “Muchas veces se usa la palabra invasora de manera imprecisa. En biología o en ecología se definen criterios. Por ejemplo, cómo afecta la biodiversidad. Estudios que analizaron más de un siglo de uso de bambú en más de 100 países afirman que hubo muy pocos eventos de invasión. Si se maneja de forma adecuada, no debería traer problemas”.
Además, aclaró la situación en el Delta: “La especie más difundida en las islas, Phyllostachys aurea, es una introducida, y se expande rápido. Si yo la planto en mi casa, puede salir en la del vecino. Sin embargo, sus rizomas crecen bajo la tierra, a no más de 30 centímetros de profundidad. Así que se puede controlar fácilmente con zanjas”.
Por otro lado, la propia geografía del Delta contiene la expansión. Los arroyos y los zanjones de la isla funcionan como límites. Asimismo, la cooperativa trabaja con bambusales abandonados, por lo que mantendrían a raya un posible crecimiento desmedido.
Tierra firme para crecer
El Programa que impulsó al bambú en las islas se discontinuó con el cambio de gobierno de la provincia en 2015. Halpin contó que están tratando de volver armar un espacio para promoverlo. “Hoy son pocas las personas que viven solo del bambú. Necesitamos dar un salto de escala, y eso es complejo sin el acompañamiento estatal”.
“El Estado podría generar una demanda sostenida y contribuir a la comunidad isleña. Podríamos proveer tableros de bambú para pupitres y brotes como alimento para las escuelas de las islas. Muchas personas tienen este bambú en el fondo de sus casas. Igual, falta incorporarlo en el Código Alimentario Argentino”.
Para cerrar, Martina reflexionó: “Es un recurso que está creciendo a nivel global, y la Argentina viene por detrás. De a poco vamos a ir haciéndolo conocer entre las familias isleñas y también en las no isleñas. Tiene un gran potencial para el desarrollo rural sustentable”