En el Mes Internacional de la Biodiversidad, Alejandro Diego Brown, presidente de la Fundación ProYungas, destaca el potencial de los Paisajes Productivos Protegidos como una herramienta estratégica para resguardar el patrimonio natural argentino y cumplir con los compromisos ambientales del país, sin perder competitividad internacional.
USUHAIA (Mayo 2025).- Dice el relato bíblico que Noé, junto a su familia, rescató una pareja de cada especie animal existente en el mundo y las resguardó en una barca para sobrevivir al Diluvio Universal, evitando así la extinción de la biodiversidad. Sin duda, se trata de una metáfora, porque una empresa de tal magnitud resulta imposible, incluso con ayuda divina”, introduce Alejandro Brown, apelando a una imagen potente que conecta con los desafíos actuales.
Por otra parte, cada vez con mayor intensidad se discute el “cambio climático” y sus posibles consecuencias a nivel global, tales como sequías, incendios, olas de calor e inundaciones.
Este fenómeno, en gran parte atribuido a la actividad humana por la emisión de gases de efecto invernadero, se combina con la “variabilidad climática”, una característica natural de los diversos ecosistemas del planeta que impacta sobre las comunidades humanas, sus actividades productivas y, por supuesto, la biodiversidad.
Frente a estos dilemas que surgen tanto de procesos naturales como de nuestras propias acciones, la principal estrategia adoptada para garantizar la preservación de la biodiversidad ha sido la creación de espacios protegidos que actúan como verdaderas “arcas de Noé” destinadas a resguardar la vida silvestre a largo plazo.
En ese sentido, la tendencia internacional busca proteger al menos un 30% de los ecosistemas del planeta. Argentina ha avanzado en esa línea y actualmente protege alrededor del 15% de su territorio, a través de una red de Áreas Naturales Protegidas, conformada en un 20% por Parques Nacionales y en un 80% por Reservas Provinciales.
Históricamente, por una cuestión de estrategia geopolítica, el país ha tendido a establecer áreas protegidas en la periferia de su territorio, especialmente en zonas montañosas, evitando que interfieran con los intereses del desarrollo agropecuario.
De este modo, a grandes rasgos, en el Norte Grande las áreas protegidas se ubicaron en regiones montañosas por encima de los 500 msnm o en zonas con limitaciones topográficas como humedales, márgenes de grandes ríos o lugares alejados de infraestructura productiva.
En Cuyo y Patagonia también se eligieron zonas de montaña, mientras que en el núcleo sojero del país casi no existen áreas protegidas, salvo algunas sierras, lagunas y humedales. Bajo esta lógica, sólo se estaría preservando una porción limitada de la naturaleza.
No obstante, en muchas regiones donde predomina la matriz productiva, habita una parte significativa de nuestra biodiversidad, la cual se encuentra en retroceso, amenazada o directamente en peligro. Paradójicamente, esa misma matriz productiva está muchas veces vinculada a espacios silvestres que los propios productores cuidan: por convicción, por apego patrimonial o porque reconocen que, cada vez con mayor fuerza, el acceso a los mercados dependerá de demostrar acciones positivas hacia la conservación de la biodiversidad, entre otras exigencias crecientes.
Paisajes Productivos Protegidos como estrategia de conservación
En ese marco, los Paisajes Productivos Protegidos que impulsa ProYungas ofrecen una oportunidad concreta: no implican costos adicionales para el Estado, suman superficie de protección en ecosistemas poco representados dentro del sistema de Áreas Protegidas y cumplen una función clave al favorecer la conectividad entre áreas dispersas, actuando como corredores biológicos.
“Entre las Áreas Protegidas y los Paisajes Productivos Protegidos, estaremos resguardando una parte significativa del patrimonio natural de nuestro país. Esto no solo nos permitirá cumplir con los compromisos asumidos como Nación, sino también posicionarnos favorablemente en los mercados internacionales”, remarca Brown en una reciente columna de opinión.
Más allá del cumplimiento de metas y posicionamiento global, proteger los bienes y servicios que la naturaleza nos provee debe entenderse como un objetivo en sí mismo. «Es una responsabilidad que nos interpela como país. Así como en la metáfora del Arca de Noé, debemos garantizar poblaciones viables de especies fuera de riesgo, tanto por la acción humana como por los eventos climáticos extremos», concluye el presidente de ProYungas.