Columna sobre Derecho Ambiental, especial para ArgentinaForestal.com. Por la Dra. Graciela Woronowicz (*). «El desafío de lograr un equilibrio entre la ecología, los ecosistemas y la economía, utilizando para ello las herramientas que nos proveen en la actualidad los avances tecnológicos, pero sobre todo incorporar en éstos, valores de solidaridad, riqueza equitativa e igualdad, prevención, e intergeneracionalidad, entre otros».
ARGENTINA (JUNIO 2013).- En 1972, hace unos 40 años, se redactaba “La Declaración sobre el Medio Ambiente Humano”, una especie de pacto, mandato o estatuto sobre la ecología y el desarrollo humano ante la necesidad de un criterio y principios comunes que ofrezcan a los pueblos del mundo inspiración y guía para preservar y mejorar el medio ambiente. Uno de sus principios advierte: “Los recursos naturales de la tierra incluyendo el agua, el aire, el suelo, la flora y la fauna y ejemplos representativos de los ecosistemas naturales deben ser salvaguardados por el beneficio de las presentes y las futuras generaciones mediante cuidadosa planeación y apropiado manejo”. La comunidad internacional se había reunido en Estocolmo, participaron 113 países y consensuaron un código de comportamiento para la utilización racional de los recursos naturales en el planeta.
Esta primer “Cumbre por la Tierra” pretendía que los pueblos del mundo asuman su responsabilidad en la conservación/protección del medio y sus diversos componentes, orientando el “desarrollo” ya que los avances científicos y tecnológicos habían tenido una aceleración nunca vista antes. Por mencionar solo algunos procesos o conductas, se destaca que, mientras se tardó miles de años para pasar del barco a remo a la carabela o de la energía eólica a la eléctrica, en el siglo XX, en unas pocas décadas se pasó del dirigible al avión, de la hélice al turborreactor nuclear y de allí a la nave interplanetaria, realmente extraordinario! soberbio! trascendental, pero también amenazador y devastador. Relata un destacado profesor en Derecho Ambiental, el doctor Esain, a modo de ejemplo, que a finales del siglo pasado los balleneros (recordando la obra Moby Dick) arponeaban una sola ballena que tenían que llevarla hasta tierra para que allí se la convirtiera en productos, dado que no tenían ni espacio ni tecnología para hacerlo en el barco; esta pesca fue modificada hoy en día por los barcos manufactura que trabajan con tecnología satelital. Se calcula que cada uno de ellos, antes de llegar a puerto pesca alrededor de veinte (20) ballenas!, con la grave incidencia que ello trae sin lugar a dudas, para la supervivencia de la especie. Para sentirnos más cerca de nuestra propia devastación se puede observar hoy a través de imágenes satelitales lo que provocó el avance económico y social sobre la selva paranaense (que abarcaba los países de Brasil, Paraguay y Argentina) desde la década del 50 a la actualidad. El último remanente de la selva se encuentra en la provincia de Misiones, todo lo demás desapareció!
Esta transformación se produce en todos los territorios del mundo y es un proceso, según indica el profesor, que tiene que ver con un marcado vaciamiento de valores, es el precio que tuvo que pagar la humanidad para gozar de los adelantos tecnológicos, el desarrollo y mejora en la calidad de vida de la humanidad.
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en la “XV Reunión del Foro de Ministros de Medio Ambiente de América Latina y el Caribe” (2005), Evaluación de los ecosistemas del Milenio, destaca que durante los últimos 50 años, los seres humanos cambiaron los ecosistemas en forma rápida y más extensivamente que en ningún otro período comparable de la historia de la humanidad, principalmente para cumplir con las demandas crecientes de alimento, agua dulce, madera, fibra y combustible. Esto se ha traducido en una pérdida sustancial y tremendamente irreversible de la diversidad de la vida en la Tierra; los cambios hechos en los ecosistemas contribuyeron en las ganancias netas importantes en el bienestar de los seres humanos y el desarrollo económico, pero estas ganancias fueron logradas con altos costos en la forma de la degradación de muchos servicios de ecosistemas, riesgos crecientes de cambios no lineales y el agravio de la pobreza para diversos grupos de gente.
Aumento de la población mundial, alimento, energía, petróleo, necesidad de extender fronteras agrícolas, pobreza, falta de agua, aceleración científica y tecnológica, medicamentos, desechos tóxicos; todo ello -y mucho mas- implicó y reveló una explotación ilimitada de los recursos, destrucción de los hábitats naturales con graves costos ambientales y sociales y condujo necesariamente a un cambio de paradigmas. De esta manera, se formalizó la cita de la comunidad internacional en Estocolmo y, posteriormente, en diversos lugares del mundo surgen parámetros, protocolos, documentos como la “Estrategia Mundial de la Conservación” (1980), “Declaración de Nairobi” (1982), “Carta de la Naturaleza”, creación de la “Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo” y su trascendental informe Brundtland “Nuestro Futuro Común”, que introduce el concepto de “desarrollo sustentable/sostenible” entendido como el desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. Esto significa, ni más ni menos, que lograr un equilibrio entre la ecología, los ecosistemas y la economía, utilizando para ello las herramientas que nos proveen los avances tecnológicos, pero sobre todo incorporar en éstos, valores de solidaridad, riqueza equitativa e igualdad, prevención, e intergeneracionalidad, entre otros. En este mismo sentido se prosiguió con las Conferencias de Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro (1992), que creó instrumentos, planes, programas de orientación en el manejo sustentable de los ecosistemas; Johannesburgo, África (2002), y la última nuevamente en Río de Janeiro (2012), conocida como Río +20 “El Futuro Que Queremos”, que no ha dejado una sensación alentadora en cuanto a decisiones que ayudarían a un mejor manejo de los recursos, y sobre todo el de asumir compromisos en tal sentido, según opinión de representantes de diversos sectores participantes en dicho evento.
Paralelamente en este proceso de transformaciones emerge el “Derecho Ambiental” como resultado natural de los nuevos paradigmas; estos se presentan tanto en la utilización, aprovechamiento y manejo de los recursos, como en las relaciones y/o conductas humanas como consecuencia directa en el derecho. Las normas protectoras de los recursos naturales que se crearon en una primera oportunidad regulando los recursos naturales específicos (agua, fauna, suelo) eran normas de “uso” antes que “de protección”, luego surgen “los derechos de los recursos naturales específicos” (de la fauna, forestal, de la energía), en una tercera etapa surgen los derechos de “los recursos naturales” (en plural) pero todavía fragmentados, y por último en una cuarta etapa, la del derecho ambiental en un sentido más estricto, normas con una óptica holística, carácter proteccionista y características más delimitadas y definidas.
Internacionalmente como punto de origen se habla de “La Declaración Sobre el Medio Ambiente Humano”, de cuyo contenido se pueden extraer los lineamientos y bases de todo el derecho ambiental actual. Estos principios, como los de los posteriores encuentros, se esparcieron por el mundo y fueron incorporados en los textos de las cartas fundamentales de los países. Transcurre, según opinión de destacados doctrinarios, la etapa del constitucionalismo verde; algunas constituciones latinoamericanas orientadas en este sentido son Panamá 1972), antes México (1917 – 1987 – 1999), Costa Rica (1949 – 1994), Uruguay (1966 – 1996), Cuba (1976), Perú (1979 – 1993), Ecuador (1979 – 1998), Chile (1980), Brasil (1988), Colombia (1991 -denominada Constitución Ecológica), Argentina (1994) y Venezuela (1999), entre otras.
* Abogada especializada en Derecho Ambiental