Opinión, humor y un poco de ironía del especialista Gustavo Braier |
«Advierto con horror que una mayoría abrumadora de países del mundo quiere suicidarse produciendo pasta y papel en sus territorios. Vienen perseverando en el intento por mucho más de 100 años. Debe haber sido una toma de conciencia de los riesgos penales que corrían y de los castigos religiosos a que se verían sometidos que comenzaron, desde hace décadas y como el resto de las industrias, a controlar sus efluentes y a reprocesarlos. Pero hasta ahí. Como ciudadanos solidarios, en las grandes ciudades, hemos dejado de usar los incineradores diariamente a las 6 de la tarde». BUENOS AIRES (10/1/2005).- He leído atentamente la información que aparece diariamente en los medios masivos de comunicación con motivo de la construcción de dos plantas de pulpa más en el ámbito del Mercosur. Leo, por ejemplo, que “todos estos contaminantes provocan un amplio espectro de efectos tóxicos sobre los ecosistemas acuáticos y sobre la salud humana». «Estos últimos incluyen desde acciones teratogénicas, depresión del sistema nervioso central, daños en los riñones y el hígado y cáncer». Inmediatamente, advierto con horror que una mayoría abrumadora de países del mundo quiere suicidarse produciendo pasta y papel en sus territorios. Viene perseverando en el intento por mucho más de 100 años. Debe haber sido una toma de conciencia de los riesgos penales que corrían y de los castigos religiosos a que se verían sometidos que comenzaron, desde hace décadas y como el resto de las industrias, a controlar sus efluentes y a reprocesarlos. Pero hasta ahí. Como ciudadanos solidarios, en las grandes ciudades, hemos dejado de usar los incineradores diariamente a las 6 de la tarde. Nuestros vecinos profundizan la filosofía del suicidio colectivo. Nótese lo siguiente: Brasil, Chile y Uruguay están entre los más entusiastas. La industria de Celulosa y Papel de Brasil va a invertir 3 mil millones de dólares en el 2006 con tal fin. La meca del suicidio fue inaugurada por el “maluco” presidente Lula en el año 2005 y va a producir 900 mil toneladas de pulpa blanqueada de fibra corta. No se quedaron contentos con tener “a maior produção de celulosa de eucalipto numa mesma localização no mundo: Barra do Riacho com 2 milhões de toneladas”. La misma pulpa que vamos a impedir que fabriquen en Uruguay. La friolera de 1800 millones de dólares están dispuestos a dejar invertir en su tierra los charrúas para morirse. Nuestro país venía zafando, pero en un momento, bajo la excusa de la “sustitución de importaciones” y del “desarrollo regional” comenzó a despuntar el vicio del placer suicida. Pero, por nuestra idiosincrasia, ni siquiera el tiro del final nos va a salir; interrumpimos la acelerada escalada suicida allá por principios de la década del 80. Ahora, comenzado el siglo XXI, jamás permitiremos que unos locos asesinos vengan a nuestras tierras a producir 600 mil toneladas de pulpa blanqueada de fibra corta en la provincia de Corrientes o de Misiones, dando cabida a un ruidoso cluster forestoindustrial que exporte nuestros recursos naturales elaborados por mano de obra argentina al mundo. Lo que me carcome la conciencia es si el uso de un producto tan nocivo puede ser inocuo. Cada vez que pienso los lugares del cuerpo por donde me paso papel me estremezco: la boca, por ejemplo. Cada vez que advierto la presencia del papel en contacto directo con los alimentos que consumo diariamente me empiezan a agarrar convulsiones. Cuando noto que en los pañales de mi hijo está este producto tan maligno no logro dimensionar la capacidad de tanta tendencia a la destrucción. Cuando advierto que mi placer por lo blanco y claro del papel es lo que genera la mayor contaminación, no logro entender la profundidad irracional de mis deseos. ¿Le pondría pañales amarronados a mi niño querido? Bajaría la contaminación mundial, pero en realidad el problema me lo resuelven estos malvados que ni siquiera venden pañales con pasta sin blanquear. ¡Hacia donde mire hay papel! ¡El papel nos invadió! Me pregunto cómo fue que los productores de este material nos han convencido a los consumidores de acompañarlos en esta aventura suicida. Porque como consumidores podríamos haber boicoteado casi sin esfuerzo tamaño plan de exterminación planetaria. Podríamos no haber usado el papel. Aunque pensándolo bien, no nos hubiera resultado tan fácil. Esta gente es realmente maliciosa y nos tienen atrapados. ¿Querrá realmente que nos suicidemos o querrá mantenernos vivos en condiciones lastimosas para hacernos sufrir? Habrá sido por eso que redujeron el largo del rollo de papel higiénico de los tradicionales 48 metros a los 30 actuales? ¿Será que si el rollo es tan corto no nos alcanzará para ahorcarnos con el mismo? ¿Será que troquelaron en hojitas el papel para que si aún así lo intentáramos el rollo se nos corte por lo más fino? Encima, se nos ha dicho que la pasta y el papel se hacen con recursos renovables, que son productos fácilmente biodegradables, que tienen tasas de reciclado de más del 40 por ciento, que son reusables, que si un chico se come un trozo de papel que no nos preocupemos. ¿Cómo no vamos a caer en la trampa con semejantes argumentos? Encima, permitimos que los cuadernos escolares de nuestros niños tengan láminas especiales que muestren a los chicos cómo se hace el papel. Esta gente sabe que educando el intento suicida en los más pequeños se asegura la destrucción de la humanidad. Este tiene que ser un nuevo complot del mundo contra los argentinos. ¡Nos están tirando la basura! La planta que en el 2004 hicieron en Alemania fue sólo para disimular. Las 20 millones de toneladas anuales que produce Estados Unidos, las 9 de Japón y las 7 de Finlandia son una cortina de humo. ¡Y la expresión no es figurativa! Pero todavía hay más: hay dos provincias argentinas, Misiones y Corrientes, que tienen a los fanáticos argentinos del suicidio masivo. ¡Y mire usted lo que son las estadísticas!. Nos informan que las provincias del NE, estadísticamente, son las que menos desempleo tienen. ¿Ven por dónde viene la cosa? No es que haya mucho trabajo que dan las forestoindustrias; es al revés, es que la población suicida se reduce más rápido. Es el viejo adagio: si querés reducir en una región a la cantidad de pobres: ¡mata a los pobres! Acá se mueren más rápido los estadísticamente desocupados que intentan disfrutar de las bellezas naturales que están mortalmente contaminadas. En respuesta, vamos a inventar el Carnaval de cada ciudad para que los habitantes sobrevivientes del mundo vengan a disfrutar de nuestro impoluto medio ambiente y nuestra inconmensurable alegría. Para ganar coherencia, prohibiremos el uso de papel picado. Fomentaremos que cada ciudad y cada pueblo de la República rechace firmemente a la o las industrias que le dan sustento para el deterioro continuo de su calidad de vida. Vamos a echar por las fronteras a los 35 millones de personas que nos sobran con ese modelo de país. Tal vez los expatriados consigan insertarse en el conjunto suicida de los países vecinos. Si quieren ir empezando, como Casildo Herreras, les paso vocabulario útil: Aufwiedersehen, até mais, good bye. Yo me quedo. (*) Lic. Gustavo Braier. MSc. Forestry (Universidad de Toronto, Canadá, que produce sus 12 millones anuales)