«La sostenibilidad ya no se mide en carbono sino en confianza», sostiene Alejandro Contreras

En su columna de opinión, Alejandro Contreras, presidente de Argennova y representante de la Fundación John Maxwell Leadership, reflexiona sobre el valor de las habilidades humanas en la nueva era del liderazgo y el profundo cambio cultural para lograr resultados en las organizaciones al hablar de sostenibilidad.

 

BUENOS AIRES (3/11/2025).- Durante años, hablar de sustentabilidad era hablar de procesos, auditorías y certificaciones. Hoy, el paradigma cambió: la sostenibilidad ya no se mide solo en toneladas de carbono o trazabilidad de materias primas, sino en la capacidad de las organizaciones de sostener vínculos humanos sólidos.

En otras palabras, el centro dejó de ser el “qué” para pasar al “quién”.

Las empresas del siglo XXI enfrentan un desafío inédito: integrar los avances tecnológicos y las nuevas exigencias globales sin perder su alma. Las normas europeas que rigen la debida diligencia y los reportes ESG ya no se limitan a medir impactos financieros; exigen evidencias de bienestar, equidad y liderazgo responsable. Y eso implica algo más profundo: un cambio cultural.

Porque no hay plan de sostenibilidad posible si quienes lo implementan no confían entre sí, si los equipos no saben comunicarse, o si el liderazgo se ejerce desde el control y no desde la inspiración.

El futuro —ese que muchos imaginan digital y automatizado— también será emocional.

El capital más escaso: la confianza

Las organizaciones que logran sostener sus compromisos ambientales y sociales comparten un mismo secreto: invierten en personas. No como recurso, sino como propósito.

Detrás de cada sistema de trazabilidad, de cada meta de carbono neutral, hay individuos que deciden actuar con integridad, asumir responsabilidades y acompañar procesos de cambio.

Por eso, las habilidades blandas -la escucha, la empatía, la comunicación, la resiliencia- se convirtieron en el nuevo activo estratégico. Son las que permiten navegar entornos inciertos, liderar sin imponer y mantener la coherencia cuando las decisiones se vuelven difíciles.

En tiempos donde las empresas buscan métricas de impacto, este enfoque ofrece algo menos cuantificable, pero más trascendente: coherencia entre los valores que se declaran y los que se practican.

El liderazgo que multiplica

En la base de toda organización verdaderamente sostenible hay una idea simple: no hay crecimiento económico sin crecimiento humano.

Cuando un líder confía, su equipo se anima. Cuando un colaborador se siente escuchado, mejora su rendimiento. Cuando una cultura valora la empatía, se potencia la innovación.

La evidencia lo confirma: las compañías que invierten en formación emocional y liderazgo humano muestran mejoras notables en productividad, compromiso y retención de talento. Pero más allá de los indicadores, hay un intangible que marca la diferencia: la gente elige quedarse donde siente que puede crecer.

Esa es la nueva ecuación de competitividad. Las empresas que aprenden son las que sobreviven, y las que enseñan a liderar con propósito son las que dejan huella.

 

De los reportes a las relaciones

La sustentabilidad solía escribirse en informes. Hoy se escribe en primera persona.
Se construye en la mirada de un jefe que decide escuchar, en el gesto de un equipo que se cuida, en la decisión de una empresa que entiende que formar líderes no es un gasto, sino una inversión en permanencia.

El liderazgo consciente no es un concepto blando: es la infraestructura emocional sobre la que se apoya toda estrategia de futuro.

La verdadera transformación no ocurre en los tableros de control, sino en la forma en que las personas se relacionan con el propósito que representan.

Y quizás esa sea la enseñanza más profunda de esta nueva era sostenible: que el cambio no empieza en los procesos, sino en las personas que se animan a liderarlo.

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