Últimas noticias

Opinión

Nativas o exóticas, las ranas solo quieren divertirse

Alejandro D. Brown, presidente de Fundación ProYungas, desde St. Lucia, Caribe.

AMERICA LATINA (17/7/2025).- Es común en los espacios técnicos, pero también en conversaciones “más populares” que se discuta sobre las inconveniencias de introducir especies en determinados contextos productivos a favor de las nativas que parecieran ser más benéficas en ciertas circunstancias. Una discusión un poco retórica a veces, pero que nos interpela muchas veces como sociedad. Una discusión de corte ambiental, pero de origen profundamente cultural.

 

Hace 200 años, mi tatarabuelo junto con un grupo de 200 escoceses, venían en un barco a vela rumbo al Río de la Plata, habían dejado atrás su Escocia natal hacía unas semanas.

Cerca de la costa de Brasil en una tórrida tarde ecuatorial, se cruzaron con un barco portugués con esclavos rumbo a las tropicales plantaciones de caña de azúcar, algodón, café, cacao.

 

El grupo de escoceses también iban a trabajar en el campo, se dirigían a formar una colonia agrícola, sus cultivos serían los granos, la alfalfa, los frutales, el ganado. De alguna manera ambos grupos eran inmigrantes, venían a colonizar un nuevo mundo que ya estaba habitado.

Así, humanos exóticos y nativos, se irían mestizando (o integrando), con mayor o menor intensidad, dependiendo de los contextos sociales, raciales, o ambientales.

 

Los primeros venían por su voluntad, aunque una voluntad condicionada por las situaciones económicas, religiosas, políticas y de proyección futura. Los segundos venían claramente contra su voluntad, para ser vendidos y esclavizados durante varias generaciones. A ambos grupos los unía la incertidumbre, aunque los diferenciaba la esperanza y las expectativas. Qué esperanza o expectativa puede tener un esclavo…

 

Hoy, dos siglos después de ese fugaz entrecruzamiento marítimo, estoy en la Isla de Saint Lucia, un enclave caribeño excolonia británica (e intermitente francesa también), habitada por una población mayoritariamente de origen africano, descendientes de aquellos esclavos, que paulatinamente fueron reemplazando a los “caribes” nativos.

 

En el presente son los actuales nativos, aunque antaño fueron los foráneos, los exóticos obligados a hacerse nativos, como único camino para asegurar su supervivencia. En el Río de la Plata, similares circunstancias fueron transformando en nativos a los descendientes de aquellos exóticos campesinos que tocaban la gaita y hablaban en un idioma poco entendido en aquella tierra colonizada por españoles, donde también tuvieron que enfrentarse y coexistir con los nativos de origen europeo o con los indígenas de aquellos territorios “abiertos” a los procesos de colonización.

 

Diversos paisajes, diferentes contextos e historias, pero procesos similares de algún modo.

 

Lo que se produce y se consume en ambos espacios está dominado por especies que también proceden originalmente de otros territorios. En el Río de la Plata basamos nuestra economía gastronómica en la soja y otros granos, caña de azúcar, cítricos, pollos y ganado vacuno, todos foráneos.

 

Hay también extensiones cultivadas con maíz originario de estas tierras americanas pero las variedades en uso poco tienen en común con aquel ancestro silvestre y la yerba mate, un árbol nativo del interior de la Selva Misionera, pero que extrajimos de su ambiente selvático para someterla a plantaciones monoespecíficas, las podamos manteniéndolas en estado arbustivo. ¿Qué queda de su otrora naturalidad?

 

En esta isla que forma parte del cordón Antillano que envuelve al Mar Caribe, también lo que abunda proviene de otras partes. Los cocos, el mango, los bananos, los plátanos, la caña de azúcar, todos son foráneos. La excepción es quizás el cacao que es americano, pero posiblemente ha sido traído a esta isla para su cultivo comercial, hoy emblema de la cultura y la actividad turística local.

 

Sin embargo, al elegir la “planta nacional” en ambos países se eligieron especies de la flora nativa, el ceibo en el Río de la Plata y el calabash tree en St. Lucia. Es curioso que en medio de tal mescolanza global se prioriza lo local como un síntoma de autenticidad o contención territorial.

 

Todo esto a cuento de que en lo práctico priorizamos lo que nos sirve en lo cotidiano, pero en lo filosófico nos aferramos a lo que nos genera pertenencia o apego territorial.

 

Es así como con total naturalidad separamos culturalmente lo que nos sirve independientemente de su origen geográfico, de lo que nos contiene en el ambiente con el que estamos sensiblemente involucrados. Pero es muy probable que el resto de la naturaleza se comporte de la misma manera, utilizando lo que le sirve independiente de su origen y desechando lo que no usará. Esta es la paradoja ambiental, lo que nos separa y al mismo tiempo nos une con la naturaleza.

Mientras tanto en esta isla y al final de cada día invariablemente, los machos de la “ranita coqui” con su tonada rítmica e invariable canta “co” para marcar territorio y “qui” para llamar a las hembras, aquí en Las Antillas donde es nativa, como en otras partes de América tropical donde ha sido introducida, e independientemente de ello y en donde está presente, sigue marcando territorio y llamando incansablemente a cuanta hembra pueda atraer, más allá de toda esta discusión conceptual, priorizando su propia supervivencia como especie, igual que nosotros.

Artículos relacionados